En dos palabras, im-prescindible

Días antes de las Navidades del 2007, acudí a la Clínica de la Asunción en Tolosa acompañando a nuestra madre aquejada por un insoportable dolor en su brazo. A las pocas horas del ingreso nos comunicaron que nuestra madre tenía dos tumores, uno de pecho y otro en el cerebro, y que presentaba, ya perdonarán los profesionales en la materia mi imprecisión, una metástasis y que la cosa apuntaba, muy pero que muy mal.

Como se imaginará el shock de los familiares fue terrible, inmenso y paralizante. Tras el primer golpe, todo, pero todo, pasó a un segundo o tercer plano y tanto es así, al menos en mi caso personal, mi único pensamiento y tarea era ocuparme de, perdonen la expresión, la madre que me parió.

Algo similar, creo, nos ha ocurrido con el coronavirus. La semana pasada andábamos haciendo bromas sobre los chinos, chanzas sobre las distancias para con aquellos que no nos caían especialmente bien o en mi caso, sobre el posible cierre de nuestra sociedad gastronómica. Por cierto, la sociedad ha sido clausurada, como es normal, pero nuestro sanedrín semanal, sabio por naturaleza, ha optado por que cada uno de nosotros cene un mismo menú, huevos fritos con patatas fritas, y luego compartirla vía foto.

Con el alma compungida y el cuerpo dolorido vivimos confinados, pendientes de la tele, del periódico y de las redes sociales que nos van desgranando los fatídicos datos sobre la salud de la población y las penosas consecuencias que tiene y tendrá sobre el conjunto de la economía, pero muy especialmente, una vez más, sobre los autónomos.

En el caso de los baserritarras, la casuística es muy dispar. Por una parte, existe una cuestión generalizada como es la de los movimientos de los propios baserritarras y/o de sus propios empleados y cómo acreditar ante la Ertzaintza el motivo de sus movimientos. Por otra parte, están los baserritarras cuyo vía de comercialización es la vía directa (mercados, ferias, grupos consumo, pequeña hostelería, etc.) que son observados por cierta gente como cuestiones menores, como puntos de venta secundarios e incluso, prescindibles, y en mi opinión, es el momento oportuno para poner en valor este tipo de alternativas, minoritarias eso sí, y consolidarlas como puntos de abastecimiento alimentario a tener en cuenta. Regúlese, obviamente, al igual que ocurre (debiera al menos) en los establecimientos alimentarios al uso, la afluencia de gente y concienciemos a la población que los mercados, antes que para pasar la mañana, tomar un vino y un par de pintxos, son lo que son, mercados de alimentos.

Están, por otra parte, los baserritarras que trabajan principalmente con la hostelería y que, de un día para otro, se han quedado sin clientela (mi solidaridad con los hosteleros, empezando por mis amigos Uxue y Joxemari) bien sean txakolineros, sidreros, pastores, etc. que tendrán que esperar mejores tiempos y desviar, en la medida de lo posible, su producción al consumo hogareño, ¡que nadie piense que estoy fomentando el alcoholismo, eh!, bien sean horticultores que surten a bares y pequeños restaurantes, además de algún comedor colectivo,  y que, dado el carácter perecedero de su producción, tendrán mayores problemas de reubicar en otros puntos de venta.

El sector ganadero, por su parte, salvo excepciones, sigue produciendo con una cierta normalidad dado que el consumo se mantiene, reorientando el consumo de fuera del hogar al intrahogareño, y los insumos (pienso, medicamentos, etc.) llegan con total normalidad, al menos hasta ahora. En el sector lácteo, las explotaciones orientadas a la hostelería, maquinas vending, etc. han hallado en la cooperativa KAIKU un refugio para momentos de zozobra a diferencia de lo que le ocurre a todo el ovino destinado a hostelería que tendrán que buscarse sus propias alternativas.

Como decía, el consumo de fuera del hogar ha desaparecido, aproximadamente un 14% en volumen pero un 34% en valor, y por lo tanto, las vías comerciales, los agentes, cooperativas, empresas, mayoristas y distribución orientadas básicamente al consumo en el hogar serán las que en unos pocos días deberán dar respuesta a la nueva situación.

Sé de primera fuente que las cadenas de distribución han pasado unos días trabajando a destajo para poder atender las consecuencias de las compras compulsivas fruto del miedo de los consumidores. Otro tanto, las empresas y cooperativas que les surten y mientras tanto, los productores, siguen, a su ritmo, al ritmo natural, al ritmo que les marca la tierra y el ganado para así poder atender la frenética demanda alimentaria.

Como decía al inicio, el shock familiar ocasionado por la enfermedad de nuestra madre, nos reubicó en la cruda realidad y nos mostró la importancia de lo verdaderamente importante. En similitud, el virus nos sitúa ante la cruda realidad y nos muestra lo que es imprescindible y lo que es prescindible y en este sentido, tal y como lo recogen los diferentes decretos aprobados, la salud y la alimentación son imprescindibles.

Llegados a este punto, me pregunto, ¿Aprenderemos? ¿Sacaremos conclusiones de la crisis? O, por el contrario, una vez volvamos a la “normalidad”, volveremos a las andadas comprando online y dando la espalda al comercio que da vida a las ciudades fantasmas de estos días, comprando compulsivamente lo prescindible mientras racaneamos en lo imprescindible, viajaremos a la Conchinchina mientras reducimos al mínimo las visitas a aquellos familiares y amigos que ahora decimos adorar, etc.

A lo dicho, concienciémonos sobre qué es prescindible y qué imprescindible y cómo no, saquemos conclusiones.

 

Xabier Iraola Agirrezabala
Editor en Kanpolibrean.
Blog sobre la granja y el mundo alimentario.

 

 

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