Evolución de la bravura del toro desde la perspectiva de un aficionado (II)

El nuevo toreo derivado del toro toreable aparece como una clara expresión plástica y estética de la belleza para aficionados y espectadores.

En 1928 los caballos de picar ya llevan reglamentariamente peto protector y el castigo del toro en varas se endurece. Los ganaderos de bravo responden al toreo moderno, donde el tercio de muleta crece en tiempo e interés, seleccionado en la tienta los componentes de la toreabilidad en la muleta. El toro responde en el caballo, pero ya es muy patente el toro bravo y noble, lo que facilita la expresión artística, aunque lo que salga a la plaza tenga bajo peso y a veces poca edad.

En las décadas del desarrollismo de los años 60 y 70 del siglo XX se lidiaron algunos utreros en corridas de toros, fueron los años de los toros “afeitados” y “regordíos” y también de las plazas rebosantes de espectadores alegres y confiados. Se agravó el síndrome de las caídas alcanzando máximos científicamente alarmantes en la década de los 90.

En el último tercio del siglo XX se inicia un nuevo proceso selectivo, en el que tuvo mucha influencia, a escala nacional e internacional, el afamado ganadero e ingeniero agrónomo, don Juan Pedro Domecq Solís (1942-2011).

Tal esquema selectivo observa de una parte, modificaciones morfológicas: reducción de la longitud de las extremidades anteriores y alargamiento del cuello, para que el toro humille, y ampulosidad de los cuernos según destino de los animales (poca “cara” en las plazas de segunda y tercera categoría y mucha en las de primera), y de otra la selección de caracteres tales como movilidad, humillar, meter la cara, emplearse, etc. (componentes de la toreabilidad), buscando, en definitiva, el toro noble, boyante, bajo de codicia y pastueño de “carretón” que permita alargar la faena de muleta y que el torero exprese, con facilidad, escaso riesgo y emoción, el arte que los espectadores actuales anhelan.

Como consecuencia primera de la síntesis del toro moderno, el tercio de varas no tiene el más mínimo interés: un picotazo en las plazas de segunda y máximo de dos puyazos en las de primera, con derrumbamientos frecuentes de toros y novillos inherentes a la mala práctica de la suerte, lo que, salvo honrosas excepciones, no permite que los aficionados vean la bravura de los animales en el caballo y la emotiva lucha de poder entre el picador y el toro de indudable interés para los aficionados.

Por ello, es acuciante una reflexión sobre el tercio de varas (modificaciones urgentes de los artículos del Reglamento nº 64, 65, 71 y 72). Una segunda consecuencia probable de la nueva selección sea la falta de poder y fuerza de los toros actuales, aunque parece que las claudicaciones graves del tipo decúbito esternoabdominal y lateral han disminuido en los últimos años, pero, no olvidar que la pérdida de bravura y poder se traduce inexorablemente en lidias indeseables tediosas y aburridas.

Hoy día, cada ganadero, crítico taurino o aficionado habla de su bravura; unos hablan de la bravura integral; para otros la bravura incluye muchos componentes: fuerza, fijeza, nobleza, etc.

Por si nos sirve de algo me permito acabar estás líneas con el concepto de bravura que tenía el ilustre ingeniero agrónomo D Luis Fernández Salcedo (1901-1986), al que tuve la ocasión de escuchar en mis años de estudiante en la Escuela de Madrid: “ el toro de vuelta al ruedo se tiene que arrancar al caballo de lejos, con velocidad, con furia con ímpetu; tiene que meter los riñones, poner el rabo como los alacranes, apoyarse en las manos, debe, generalmente derribar; tiene forzosamente que recargar, que dormirse en la suerte, dejarse pegar, ser pegajoso. En el resto de la lidia, acudir incansablemente a las citas, comerse el capote y la muleta, hacer por el matador. Ah, y tomar, por lo menos, las tres varas”.

Si esta es la bravura integral, bienvenida sea. El toro de hoy homogéneo en la embestida, por supuesto encaste Domecq, dirigido al arte, pero sin riesgo y emoción demandado ávidamente por toreros y espectadores y no tanto por aficionados.

Es lo que hay. ¿Por qué no otros encastes, algunos de ellos en peligro de extinción?

 

 

 

 

Argimiro Daza Andrada
Catedrático Emérito de Producción Animal
Universidad Politécnica de Madrid (UPM)

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