El domingo, nos la jugamos

Ya conocen el dicho de aquel alumno que, al llegar a casa, cuando aprobaba, consideraba que lo hacía por méritos propios y sacaba pecho diciendo aquello de “he aprobado”, mientras que, por el contrario, si suspendía, consideraba que lo hacía por culpa del profesor y afirmaba “me han cateado”.

Pues bien, algo similar ocurre en el ámbito de la economía donde todos los males son achacados, con razón o sin ella, a la todopoderosa pero opaca China y en el ámbito político más cercano, todas las administraciones locales, bien sea un ayuntamiento, diputación foral, gobierno autonómico o hasta el propio ministerio, recurren a la malvada Europa para justificar su negativa al administrado mientras que, por el contrario, cuando la respuesta al administrado es positiva, el origen de dicha positividad recae en la administración local.

Por todo ello, no me extraña nada que las previsiones de participación en las elecciones al parlamento europeo del próximo domingo 9 de Junio sean más bien bajas, puesto que, al parecer, la población europea siente poco apego a las instituciones europeas y las ven, como algo ajenas a su realidad cotidiana y nada determinantes para su bienestar actual o futuro puesto que, cada vez que tiene referencia alguna de Europa es para negar, restringir o prohibir.

No obstante, todos los ciudadanos europeos debiéramos ser conscientes de la importancia de estas elecciones europeas ya que la actual estructura europea que conocemos y que damos por supuesto que es inamovible, puede modificarse notablemente,  o en el peor de los casos, irse al carajo, si las fuerzas de ultraderecha que no creen nada en el proyecto europeo, obtienen el buen resultado que prevén las encuestas y logren conformar un grupo de tal dimensión que condicione totalmente la política europea y demos un giro en un sentido más individual donde la idea europea quede limitada a su mínima expresión. No den nada por hecho e irreversible. Acuérdense, si no, de lo que ocurrió con el Brexit.

La actual Unión Europea, con todos sus defectos, es una magnífica realidad fruto de un proyecto de algunos políticos de la posguerra mundial de la década de los 40, entre ellos el entonces Lehendakari Agirre, que vieron en la colaboración entre países un inmejorable oportunidad, y garantía, de impulsar el trabajo en común entre diferentes, impulsar la democracia en los estados miembro y dotar al continente de una paz duradera tras siglos de peleas entre países y tras el desastre provocado por la segunda guerra mundial.

Los agricultores, ganaderos y forestales europeos, más allá de estas cuestiones básicas pero imprescindibles, son bien conscientes de ello dado que son buenos conocedores de la importancia de la UE en sus vidas y de la total afección de la política europea en el devenir diario de sus explotaciones.

La Unión Europea, fruto del trabajo conjunto de la Comisión Europea, presidida hasta ahora por la germana Ursula Von der Leyen, el Parlamento Europeo y el Consejo Europeo, cuenta con una poderosísima herramienta política como es la PAC, Política Común Europea, que fija las bases del modelo agrícola europeo y al mismo tiempo, cuenta con un presupuesto importante, pero menguante, que le permite aprobar unas ayudas directas a los productores que, si bien en teoría son ayudas a la gestión del territorio rural, a la postre, son ayudas al consumidor final para que así, los consumidores puedan gozar de una alimentación low cost.

Ahora bien, ser conscientes de la importancia del proyecto europeo y de sus bondades, no significa que no podamos criticar o rechazar aquellos aspectos que consideremos perjudiciales para los productores de alimentos y es por ello que, personalmente, confío en que la clase política europea haya tomado, a base de tractoradas y protestas, buena cuenta de la cruda realidad que vive la gente del campo y que, consecuentemente, debieran levantar el pie del acelerador en esa política encaminada a reducir la capacidad productiva del continente, exigiendo a sus productores, condicionantes medioambientales, bienestar, laborales, etc., que no son capaces de hacer cumplir a los países de los que importamos gran parte de la alimentación europea.

Hay que reorientar la política agrícola para impulsar la producción interna europea, revisar y actualizar todos los tratados comerciales internacionales incluyendo la reciprocidad en los intercambios comerciales entre países y continentes, no vaya a ser que, nos ocurra lo mismo que ocurrió durante la pandemia en la industria europea por la falta de chips y componentes industriales donde la dependencia de China era total, y nos demos cuenta, quizás demasiado tarde, que la alimentación de la Unión Europea depende, en gran parte, de unos pocos países, que a semejanza de lo que ocurre con la OPEP y el petróleo, conformen una AGROPEP que nos tenga agarrados por nuestras partes nobles y nos haga sufrir lo que no está escrito.

Resumiendo. Los europeos, especialmente los productores, nos jugamos mucho el próximo domingo. Vota.

 

 

 

 

Xabier Iraola Agirrezabal
Editor en Kanpolibrea

 

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