La creciente complejidad de la producción pecuaria intensiva
No me cabe duda alguna, lo he manifestado en repetidas ocasiones en estos últimos años, que en España (pero también en el resto de la Unión Europea, especialmente en sus Estados del Oeste) se presenta un futuro para la ganadería empresarial, basada en selectos animales de renta, cada vez más complejo, tanto desde la perspectiva técnica como desde la económica. La razón de esta prediccion está en los múltiples y persistentes ataques, amén de en las reiteradas y crecientes presiones, que sufre.
En efecto, en primer lugar asistimos fundamental aunque no únicamente, en esta parte del Mundo, a un incremento continuado de la “voluntad de una parte significativa de nuestra sociedad civil”, de desarrollar una legislación cada vez más restrictiva, pero también cada vez menos zootécnica y sí más antropomórfica, que afecta muy directamente y negativamente a la eficiencia y a la eficacia, de la que popularmente se conoce como “ganadería industrial”.
Esta voluntad se ve apoyada, en mayor o menor medida, por la mayoría de los Gobiernos, por muchas instituciones (léase, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud Animal (WOAH), la Plataforma Europea de Bienestar Animal, la European Federation of Animal Science (EAAP), la Sociedad Española de Protección y Bienestar Animal, etc.) por ciertos científicos, por activistas, por los ecologistas, por múltiples asociaciones proteccionistas y por una parte importante de los medios sociales de comunicación.
Ello va creando, como no podía ser de otra manera, un “caldo de cultivo negativo”, un estado de opinión poco favorable en lo que se refiere al consumo de los productos que pone en los mercados la ganadería en general, pero muy especialmente los que genera la ganadería industrial (y. últimamente, y también esta opinión crítica empieza a afectar a los productos de la pesca y a los procedentes de las piscifactorías).
En segundo lugar, probablemente, en parte, “como consecuencia de”, sigue creciendo de forma significativa el número de veganos, de vegetarianos (estrictos o no) y de flexitarianos (entre los que, por desgracia en mi caso, razón de mi edad y de mi salud, que no de mi voluntad, me encuentro).
Pero paralelamente tenemos, en general en la ganadería industrial, unas bases animales cada vez más selectas, más productivas y, consecuentemente, más exigentes por poseer una menor rusticidad.
Éstas requieren lógicamente, para poder expresar eficiente y eficazmente, cuantitativa y cualitativamente, todo su potencial productivo, de unas instalaciones y de unos alojamientos técnicamente cada vez más sofisticados; de una mano de obra más cualificada e ilusionada (que, consecuentemente, esté motivada); de unas elevadas técnicas productivas asociadas ad hoc, etc.
Todo ello afecta a las inversiones, a los costes variables, a los costes estructurales, a las amortizaciones, etc. y finalmente, también, antes o después, al Tercer Margen Bruto de las ganaderías y, por esta razón (sobre todo, si se cumple la Ley de la Cadena) a los precios de venta al público (P.V.P.).
Esta situación, que considero, en estos momentos, como prácticamente irreversible, abre las puertas de par en par (cómo lo ponía de manifiesto en mi intervención la semana pasada en el II Congreso Internacional de Sanidad y Bienestar Animal, organizado por la Organización Colegial Veterinaria, que tuvo ligar en Córdoba) a los alimentos Plant Based, a los alimentos cultivados (así tenemos, como un ejemplo de los muchos que podría citar, a la empresa de carne cultivada The Cultived B, que inaugura las conversaciones regulatorias con la EFSA) a los nuevos alimentos en basados en insectos y/o en algas, etc. etc.
Obviamente, todo este tsunami no sucede “porque sí”; sucede, que nadie lo dude, porque hay unos muy importantes intereses comerciales medioplacistas detrás.
Los mismos están sustentados en grandes fortunas inversoras, que no dudan en aportar muy importantes sumas de dinero, para desarrollar, a todos los niveles, las adecuadas estrategias “de conquista de la voluntad de la sociedad civil”. No se olvide que tenemos una sociedad civil muy poco formada en esta temática y muy gregaria.
Los inversores se apoyan, por ejemplo, en argumentaciones tales como: en la necesidad de combatir el cambio climático; en la conveniencia de disminuir la superficie agrícola útil destinada a generar alimentos para los animales de las granjas; en el principio de evitar, en la medida de lo posible, el sacrificio de los animales de renta; en la necesidad de mejorar el nivel de protección y bienestar de las bases animales existentes, etc. etc.).
El objetivo, créanme o no, lo tengo muy claro: llevar, a corto – medio plazo, a una parte significativa de la futura alimentación humana a su terreno.
Y, mientras tanto muchos, pero muchos, cada vez más, “bailándoles el agua” a estas grandes fortunas inversoras y apoyando sus estrategias, creyéndose con ello muy “modernos” y muy “guay”.
Concluyo utilizando la ironía de doña Pilar Eyre: “sólo los pedantes y los tontos” no les “bailamos el agua” y, lamentablemente, cada vez quedamos menos tontos…
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito
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