La bruja Lola
Tras las vacaciones, la principal tarea es perder los kilitos que hemos ido incorporando a modo de flotador y que, por mucho que lo intentes, más aún para personas que tenemos una cierta edad, se antoja misión imposible. Más difícil aún, si tienen ustedes la suerte de compartir el verano con una suegra como la mía que, para más inri, cocina más y mejor que el mismísimo Juan Mari Arzak.
Por cierto, mi suegra, además de cocinera, es una inmejorable refranera y uno de sus habituales, cuando quiere referirse a la mala suerte de los más necesitados, es aquel que dice “qué poco dura la alegría en casa del pobre”, dicho del cual me acordé al reflexionar sobre la situación actual del sector lácteo estatal.
Si no lo saben, les hago un spoiler (moderno que es uno) pues se resume en una única, pero trágica, frase: tras 18 meses de asfixia, 3 o 4 meses de bonanza y vuelta a las andadas, con meses de asfixia.
Cuando utilizo el término de asfixia, como imaginarán, en el contexto de la cadena alimentaria, no me estoy refiriendo ni a las cadenas de distribución ni a las industrias lácteas, si no a la asfixia que sufren los ganaderos. Los ganaderos, al menos en Euskadi, haciendo un poco de historia, salieron a la calle protestando por la falta de rentabilidad allá por verano del 2021 y fruto de esas movilizaciones, acompañadas por otras muchas en el conjunto del Estado, se actualizaron al alza los precios abonados al ganadero y también, los precios fijados por la distribución al consumidor final.
El baile de precios no fue precisamente un ejemplo de coordinación en los pasos del baile y así, mientras los pasos dados en la subida al consumidor iban a buen ritmo, la subida al ganadero, por motivos diferentes y muchas veces sin justificación alguna, llegaba con retardo. En ese baile desacompasado, sufría el ganadero y hacían caja, las industrias y las cadenas de distribución, dicho sea de paso, más estas últimas que aquellas primeras.
La subida descontrolada de los costes de producción y el retardo en la subida al ganadero provocaron la asfixia total del sector productor y el hastío de los ganaderos ante un escenario con pocos visos de cambio y así, fruto del hastío, se aceleró el desvieje de las vacas menos productivas, descendió la cabaña ganadera, el censo de ganaderos mermó por cierre de explotaciones y las que continuaron, optaron por una economía de guerra, gastando lo menos posible en alimentación animal y, ya se sabe, vaca que come poco, produce poca leche.
La leche, en consecuencia, empezó a escasear, los vacíos en las estanterías de las tiendas hicieron saltar la alarma de los consumidores, las quejas en redes sociales eran incontrolables y por ello, todos los compradores de leche, directos e intermediarios, cooperativas, industrias y/o cadenas de distribución, en un brevísimo trimestre de la segunda parte del 2022, se volvieron locos al comprobar el peligro, más cierto que nunca, de quedarse sin género para atender sus necesidades, bien fuese la marca blanca de la distribución bien fuese la marca propia de la empresa o leche para hacer queso en muchas queserías industriales. La locura hizo saltar todas las alarmas y fruto de aquello, se eliminaron todas los límites en el momento de pagar al ganadero, reconociendo por otra parte, que los principales beneficiarios fueron aquellos ganaderos que, fuera de las estructuras cooperativas, juegan en el campo de la leche de oportunidad o leche spot.
Por ello, tras el corto trimestre donde los ganaderos pudieron hacer caja, tapar agujeros y socavones realizados en los últimos años y comenzar a proyectar inversiones en las instalaciones y maquinaria, volviendo al dicho de mi suegra, los ganaderos han podido comprobar en sus propias carnes que la locura alcista era una locura pasajera y así, cuando unos y otros, han visto que no hay peligro de falta de leche en los lineales, sobretodo porque las industrias e importadoras queseras han recurrido a ingentes cantidades de leche a modo de queso barato holandés y alemán, lo que ha aliviado ciertamente la presión sobre la leche líquida estatal.
La locura pasajera, además de loca, ha sido ciertamente pasajera y así, unos y otros, han olvidado que el peligro de desabastecimiento es cierto y así, algunas industrias, capitaneadas por la francesa Lactalis pero gustosamente seguidos por empresas autóctonas, han querido recuperar el margen perdido principalmente provocado por los altos costes energéticos y las cadenas de distribución se han obsesionado con recuperar el margen histórico (recogido en el Informe trimestral del Observatorio de márgenes empresariales) aún a costa de asfixiar al ganadero y sin trasladar bajada alguna, o nimia, al consumidor final.
En estas estamos y como decía, la locura pasajera ya ha pasado a mejor vida y los ganaderos se han visto, nuevamente, condenados a producir por debajo de la línea roja, es decir, por debajo de los costes de producción.
¿Hasta cuándo? No me hace falta ser la bruja Lola para prever que los precios bajarán hasta que vuelva a faltar leche en los lineales de las tiendas, que por cierto, volverá. Más pronto que tarde.
Xabier Iraola Agirrezabala
Editor en Kanpolibrea
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