Las principales causas, en España, del descenso paulatino del consumo de los productos del sector cárnico

Entiendo no es discutible, como lo exponía en mi discurso de cierre de curso, que España, con una población total cercana a los 49 millones de personas (47,5 millones según el INE), es una reconocida potencia agrícola y ganadera, en el seno de la Unión Europea (U.E. – 27), a pesar de las actuales complejas circunstancias en que se halla inmensa (empezando por la sequía que nos está asolando).

Con una S.A.U. (Superficie Agraria Útil) cultivable de unos 12 millones de hectáreas (ha) de una superficie total de más de 50 millones de hectáreas y con solo unos 3,8 millones ha de regadío, genera un valor con sus exportaciones agroalimentarias que, en condiciones climáticas “normales”, ronda los 63.000 millones de euros anuales, dando lugar a un saldo comercial anual positivo de unos 20.000 millones de euros.

En este contexto, la producción española total anual de carnes (datos oficiales del año 2022) supera los 8 millones de toneladas; de ellas, del orden de 5,4 millones son de porcino; 1,8 millones son de aves y unos 0,78 millones de vacuno, Por otra parte, sumando las producciones anuales de carne de ovino, de caprino de equino y de conejos, resultan unas 150.000 toneladas.

A estos datos debe añadirse que la producción anual española de elaborados cárnicos supera el 1,5 millones de toneladas de las cuales unas 310.000 toneladas corresponden a jamones y paletas, unas 235.00 toneladas a embutidos curados y unas 185.000 toneladas a jamón y paletas cocidos.

Lamentablemente, los consumos no progresan como sería de desear y así, en el año 2022, sumando los consumos de dentro y de fuera del hogar, se adquirieron del orden de unos 31.000 millones de kilos o litros de alimentos; esta cifra supone una reducción de algo más del 7 por 100 respecto del año 2021.

Es verdad que el valor de este consumo mejoró en el año en  un 2,7 por 100 respecto del año 2021, alcanzándose casi los 108.000 millones de euros. Pero esta realidad debe atribuirse, fundamentalmente,  a la continuada inflación de los precios (que, sólo en el año 2022, superó oficialmente el 10,5 por 100).

Paralelamente, en este marco de análisis, hay que mencionar a la importante reducción de nuestra renta neta anual (renta que le queda al individuo tras descontar de su ingreso total los impuestos y las deducciones correspondientes).

Así, en el año 2022 la estimación de esta renta neta, en euros de cada año, se situó en los 13.000 euros; pero, en “euros contantes” (que es lo que me permito llamar “renta neta real”), la misma fue solo de unos 10.350 euros. La  misma es prácticamente la misma que teníamos allá por los años 2012 – 2014, constituyendo lo que describo como “la década personal económicamente perdida”. De ella, curiosamente, casi nada se habla.

Esta realidad deriva en que cerca del 30 por 100 de la población oficial española; es decir, del orden de unos 13,5 millones de personas, estén en riesgo de pobreza (de acuerdo con los parámetros de la Unión Europea) y, de ellos, algo más de unos 4 millones estén en situación de carencia material severa.

Ante las situaciones descritas: aumento de los precios y evolución de las rentas netas, no es de extrañar que el consumo de las carnes en España también sigue descendiendo. Y así, en  el año 2002, retrocede este consumo globalmente cerca de un 18 por 100 en volumen; sólo en los hogares está caída se acerca al 13 por 100).

El mencionado descenso afecta a todos los segmentos cárnicos, pero de forma especial al de las carnes frescas y congeladas; estos descensos afectan a las carnes de todas las especies. Probablemente y como no deja de ser lógico, el descenso más importante es el que afecta al jamón Ibérico, entro/pieza, cuya caída, sólo en los hogares, supera el 34 por 100.

Si a todo lo expuesto añadimos, por una parte, el aumento en nuestro país de los veganos (actualmente unos 400.000), de los vegetarianos (del orden de 1,4 millones) y de los flexitarianos (más de 6 millones) y, por otra, el aumento de las ofertas alternativas a las carnes (empezando por los productos plant based y por los nuevos productos alternativos (caso de los insectos)) ya tenemos “el cuadro resultante” bastante pintado y definido.

Ante el mismo, lo lógico es suponer que el consumo global en España de los productos generados por el sector cárnico seguirá descendiendo salvo que se produzca  un cambio radical de las circunstancias descritas (cambio que, en mi opinión, hoy no se vislumbra, aunque se debe esperar a lo que haga a corto – medio plazo, el Gobierno de la Nación, que resulte de las próximas elecciones generales).

Como decía aquél: “la esperanza es lo último que debe perderse”.

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito

 

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