La mesa de Arantxa

En casa de Arantxa, tienen un gran problema. La mesa de la cocina, alrededor de la que se juntan todos los miembros de la familia para comer y celebrar los acontecimientos familiares, cojea en exceso y por ello, tras analizarla detenidamente, Arantxa ha decidido ponerle un calce y acabar, al menos temporalmente, con el problema de la cojera y con la molestia que supone que los platos y cazuelas bailoteen sin control. Eso sí, Arantxa es consciente que el calce no es más que un parcheo, una solución temporal y que la mesa requiere de una solución más radical pero válida para siempre, o al menos, para un buen tiempo.

Algo así ocurre, si me permiten la licencia pseudoliteraria, con la mesa de la alimentación moderna donde se nutre el total de la población y que se mantiene, a trancas y barrancas, con una, dos, tres o cuatro patas, dependiendo del modelo de mesa que usted elija.

El sistema alimentario moderno, el mercado, la industria agroalimentaria, el sector productor, las políticas públicas y los consumidores finalmente, todos ellos, unos más que otros, unos impulsando y otros aguantando, unos arriba y otros abajo, todos ellos, diseñan y conforman la mesa de la alimentación de la que todos ustedes, yo incluido, participan, cada uno desde su lado de la mesa.

El sistema alimentario moderno, aunque en estos momentos haya una parte de la población, aproximadamente un 20% de la misma según algunos autores, que lo estén pasando crudo para poder alimentarse dignamente, no es menos cierto, que es un sistema alimentario “low cost” y, en consecuencia, para la gran mayoría de la población no resulta ningún problema económico alimentarse dignamente.

Más de uno de ustedes estará pensando que lo afirmado en el párrafo anterior es una auténtica barbaridad y yo, aunque pueda reconocer el carácter provocador de alguna de mis manifestaciones, les reitero mi teoría de que los precios actuales de los alimentos, más allá de algunos casos especulativos, no es que sean caros si no que son acordes a los costes de producción con los que trabajan los agricultores y ganaderos y, por lo tanto, ajustados a la realidad. A lo dicho, ¡se acabaron los alimentos baratos!.

Reconozco, por otra parte, que el ajuste al alza en los precios de los alimentos para que sean acordes tanto a los costes de producción, al merecidísimo aunque siempre cuestionado beneficio que debe obtener la gente del campo, así como de la rentabilidad de los diferentes eslabones que conforman la cadena alimentaria, como decía, reconozco que esta subida nos pille a los consumidores con el pie cambiado, que nos suponga una alteración en las prioridades de gasto y que, incluso, tengamos que vernos obligados a renunciar a cuestiones, teóricamente prescindibles pero a las que no queremos renunciar, como son los viajes, la ropa de marca, el ocio, etc.

En esta tesitura, algunos, como el ministro plano, que más que ministro de agricultura parece el ministro de consumo y ocio, se afanan para que los precios de los alimentos bajen y así, los consumidores puedan seguir viajando alegremente, mientras los productores, desamparados por el jovial ministro, se enfrentan a pecho descubierto a las industrias, cooperativas y cadenas de distribución que, presionados por el gobierno central acuciado electoralmente por la cesta de la compra, cumplen a rajatabla sus órdenes y ordenan a sus jefes de compra que, al grito de ¡abaratar a toda vela!, se lanzan al campo con el cuchillo entre dientes.

Según esta teoría, no es el mercado el que debe retribuir al productor asegurándole que cubra costes y obtenga, al menos un mísero margen de beneficios, si no deben ser las subvenciones públicas las que cumplan esa función, retribuyendo al productor lo que el mercado, léase consumidor, no quiere abonar y así, mientras el consumidor viaja y alterna alegremente, el productor es presentado como un busca-subvenciones, pedigüeño profesional y llorón permanente.

Volviendo a la figura de la mesa, la ayuda o subvención pública hace las funciones del calce que utiliza Arantxa para consolidar su mesa aún a sabiendas que, al igual que el calce, la ayuda es, o debiera ser, una solución temporal y coyuntural pero nunca permanente por que, de serlo, se pervierte la vital función que juega la alimentación, la mesa, en nuestras vidas.

Arantxa, en nuestro caso, la consejera Arantxa Tapia, es consciente, y así me consta, que es el mercado el que debe retribuir al productor por su alimento y por su trabajo, aunque, cuando ha tenido que recurrir al calce para la mesa en Euskadi, lo ha hecho, generosamente, diría yo.

 

 

 

 

Xabier Iraola Agirrezabala
Editor en Kanpolibrean

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