Leishmaniosis

 

Citología de ganglio dónde se pueden apreciar muchísimos amastigotes de leishmania

La leishmaniosis es una enfermedad producida por un protozoo flagelado, la leishmania spp, que puede afectar a perros, humanos y otros mamíferos, incluyendo los gatos. Los roedores y los perros son sus reservorios primarios, mientras que las personas también se pueden infectar, aunque de forma menos habitual. Epidemiológicamente la enfermedad se encuentra diseminada en Centro y Sudamérica, Oriente Medio, Asia y la cuenca mediterránea.

El parásito se transmite por la picadura de la hembra de un díptero, el flebotomo. Cuando el flebotomo pica a un animal con leishmania, ingiere el parásito en la fase de amastigote. En unas 24 – 40 horas, el amastigote ingerido se transforma en promastigote (forma infectante del parásito) y comienza su replicación en el intestino del flebotomo. Posteriormente migra a faringe y esófago y cuando la hembra del vector pica a otro hospedador, le inyecta los promastigotes que son fagocitados por los macrófagos, transformándose de nuevo en su interior en amastigotes y distribuyéndose por todo el hospedador.

La enfermedad, con una fase subclínica que puede durar meses o incluso años, puede tener dos presentaciones clínicas: la visceral y la cutánea.

En la primera, la más común en la especie canina, los pacientes suelen tener síntomas de enfermedad sistémica: pérdida de peso, mucosas pálidas, vómitos, diarreas, tos, epistaxis, tos, poliuria, polidipsia. También pueden aparecer otros síntomas como linfoadenopatía generalizada (la poplítea puede ser muy marcada), ictericia, hinchazón de las articulaciones, uveítis etc.

En la forma cutánea se observan zonas de alopecia hiperqueratosis, generalmente comenzando por la cabeza y extendiéndose al resto del cuerpo. También aparecen lesiones mucocutáneas y en zona periorbicular y el extremo distal de las orejas, donde pueden producir lesiones ulcerativas y sangrantes.

Los signos clínicos son, generalmente, de evolución lenta. Aunque es menos habitual que en los perros, los gatos también pueden infectarse con leishmania spp. En los felinos domésticos la sintomatología es habitualmente dermatológica, con nódulos y lesiones ulcerativas en el pabellón auricular y alrededor de la boca. Analíticamente, los hallazgos más habituales son la hiperproteinemia con hiperglobulinemia (hipergammaglobulinemia policlonal), e hipoalbuminemia, proteinuria, elevación de enzimas hepáticas, azotemia, linfopenia y leucocitosis con desviación a la izquierda.

El diagnóstico de la leishmaniosis se realiza en base a los hallazgos clínicos y a las anomalías clinicopatológicas.  Los métodos de diagnóstico pueden ser parasitológicos (citología a partir de punción de ganglio, histología, inmunohistoquímica) moleculares (polimerase chain reaction o PCR) o serológicos (cuantitativos como ELISA o cualitativos como los SNAP test). Tras el diagnóstico, y en función de los hallazgos clínicos y clinicopatológicos, los pacientes se clasifican en enfermos en Fase 1 (enfermedad leve), fase 2 (moderada), fase 3 (severa) y fase 4 (muy severa).

El tratamiento incluye el uso de antiprotozoarios (antimoniato de meglumina o miltefosina, ambos registrados para uso veterinario en la mayoría de los países europeos), combinado con un inhibidor de la xantina oxidasa, el alopurinol. En la fase 1 de la enfermedad se puede usar también, combinado con los anteriores, la domperidona. Muchos perros tratados de forma adecuada responden favorablemente, pero el parásito no puede eliminarse del paciente, requiriendo controles periódicos de por vida.

La prevención de la enfermedad es muy importante. Los insecticidas tópicos de acción prologada, tanto en pipetas spot-on como en collares son efectivos, actuando como repelentes y evitando la picadura del flebotomo. Un buen protocolo de prevención debería incluir también la vacunación.

En Europa existen dos vacunas: una compuesta por antígenos secretados de Leishmania infantum y otra que contiene una proteína recombinante compuesta por 5 antígenos de Leishmania infantum. Las vacunas no previenen la infección, pero reducen el riesgo de padecer la enfermedad clínica. Ambas vacunas deben aplicarse en pacientes caninos de más de 6 meses de .J. Ramos Pláedad y seronegativos.

 

 

 

 

 

 

Juan José Ramos Plá, DVM, Ms, PhD
Profesor de Universidad
Departamento de Medicina y Cirugía Animal
Facultad de Veterinaria – Universidad Cardenal Herrera CEU C/ Luis Vives, 1
46115 Alfara del Patriarca (VALENCIA)

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