Don César Lumbreras: dicen que los alimentos son caros… pues más lo van a ser

El titular no es un juego de palabras, como puede parecer en un principio, ni tampoco es una amenaza. Se trata simplemente de la constatación de la realidad.

Que los precios de los alimentos básicos han subido mucho en los últimos meses es un hecho que todos sufrimos en nuestros bolsillos cada vez que vamos a la compra. A raíz de eso se han registrado críticas y anuncios de carácter populista poniendo en la picota a empresarios de la distribución y pidiendo, por ejemplo, que se apliquen topes a los precios de los alimentos. Sus autores demuestran una ignorancia supina sobre el problema y la forma de atajarlo. Y lo voy a explicar de una forma, espero que sencilla.

La subida de los precios de los alimentos se ha debido a la confluencia de una serie de factores, entre los que destacan la guerra en Ucrania o la climatología y las malas cosechas. Pero hay otro muy importante, que viene de antes y que no se está teniendo en cuenta por los ciudadanos, a la vez que consumidores, y es el siguiente: la Unión Europea (UE) ha optado durante los últimos años por aplicar una serie de normas destinadas a conseguir una agricultura y una ganadería que denominan más sostenible, pero que supone, al mismo tiempo, limitar la producción y más costes de producción para agricultores y ganadores, que estos intentarán trasladar al resto de la cadena agroalimentaria, que termina en los consumidores. Estos últimos deberán, deberemos, pagar precios más elevados en el supermercado. Y esto hay que explicárselo a la sociedad de forma clarita para que sepa a lo que se enfrenta.

Ahí va un ejemplo. La Unión Europea está empeñada desde hace unos años en que la PAC sea más verde, más sostenible, se utilicen menos abonos, menos productos fitosanitarios, los animales estén mejor tratados en las granjas y el transporte.

Eso está muy bien y creo que todos estamos de acuerdo en compartir esos objetivos. Pero claro, ahí llega el dilema, porque eso supone un aumento de los costes de producción que tienen los agricultores y ganaderos. Y, llegados a este punto, hay dos posibles soluciones. Una mala y la otra peor.

La primera, la mala, que los productores intenten trasladar esa subida de sus costes a los precios que perciben, lo que terminará traduciéndose en un aumento de los precios finales de los alimentos. La segunda, y peor, que los productores de alimentos, es decir, agricultores, ganaderos y pescadores, no logren trasladar esos costes de producción al siguiente eslabón de la cadena y terminen cerrando sus explotaciones por falta de rentabilidad, con la siguiente reducción de la producción y el riesgo de que los lineales de los supermercados se queden desabastecidos.

Esa es la realidad explicada con toda crudeza. Insisto, la sociedad y los consumidores deben saber que todas las exigencias nuevas que se están introduciendo en materia de bienestar animal, de menos uso de abonos y de productos fitosanitarios (con las que puedo estar de acuerdo) suponen, sí o también, menos rendimientos y producciones, mayores costes de producción y precios de los alimentos más elevados.

Y ahí llega la gran pregunta: ¿están dispuestos los consumidores, o pueden, pagar precios más elevados por el azúcar, los huevos, la leche y sus derivados, el aceite o los macarrones?

Ese es el dilema y hay que explicárselo bien clarito.

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