Propósito de enmienda
Jon era un niño que destacaba por pegar a todos sus compañeros de clase. Les metía un sopapo e inmediatamente, les pedía perdón. Llegó el día en que la profesora se hartó del niñato y le sacudió, delante de toda la clase, un tortazo de esos que hacen historia, tras lo cual le pidió perdón. Tras el incidente, la profesora, tomando como ejemplo al niño pegón, expuso al conjunto de la clase que pedir perdón no sirve para nada, si junto con la solicitud de perdón no va el propósito de enmienda, es decir, si no hay una intención clara de corregir lo mal hecho.
Saco a colación esta anécdota, de la que tuve conocimiento leyendo un ingenioso artículo periodístico, porque en la actualidad venimos observando numerosas informaciones en diversos medios de comunicación que alertan de la falta de alimentos en los comercios. Que si falta leche, que si empieza a escasear la carne de conejo, que las estanterías de los huevos están vacías, etc. y así, suma y sigue, hasta generar una alerta en el consumidor que provoca, consecuentemente, un mayor problema del que se pretende solucionar.
Como decía, la escasez de oferta de alimentos en las estanterías copa los titulares y los programas radiofónicos y televisivos, rayando muchas veces el amarillismo, pero como ocurre con otras muchas informaciones, el interés se queda en la superficie y no llegan a ahondar en las temáticas para conocer así cuáles son las verdaderas razones que nos han llevado hasta aquí.
Cada alimento y cada subsector productivo tiene sus peculiaridades pero me temo que en casi todos ellos se presentan los mismos síntomas que no son otros que la falta de rentabilidad a consecuencia de un sistema alimentario “low cost” donde unos alimentos baratos para el consumidor han sido la llave del éxito para una distribución organizada que no busca más que fortalecer, cada vez más, su posición y su cuota de mercado frente a un comercio minorista, gracias también a la complicidad del consumidor, en claro declive.
Se han habituado ellos, la distribución, a seguir creciendo en el porcentaje del gasto en la compra de alimentos, nos hemos acostumbrado nosotros, los consumidores, a comprar alimentos a precios irrisorios, sin caer en la cuenta que nuestra alegría por haber adquirido, por ejemplo, un litro de leche a unos escasos 0,59 euros, era una alegría sustentada en la agonía de unos muchos, principalmente, los ganaderos.
Entre unos y otros, hemos ido matando al productor, bien sea de leche, huevos, carne, queso, hortalizas o fruta y, ahora que falta producto en muchos de los casos, cunde la alarma y todos miramos angustiados al productor que va con la cabeza gacha y totalmente agotado, desfondado, tras muchos años con una rentabilidad casi inexistente, en muchos casos conformándose con cubrir los costes de producción, resignándose a mover el dinero de manos de la empresa o cooperativa a las manos del fabricante de pienso y cómo no, preocupado porque todo su patrimonio (tierras, naves ganaderas, invernaderos, almacenes, maquinaria, etc.) se las va a llevar el viento o las va a tener que malvender por wallapop, dado que en su casa, no hay nadie que quiera coger el testigo.
Es triste decirlo pero en una de mis últimas reuniones con productores de leche, por aquello de reír por no llorar, apuntaban que el objetivo era aguantar hasta el año 2029, año en el que se instaurará la tarifa plana en las ayudas directas de la PAC que, para los ganaderos de leche, muy probablemente, viendo la rebaja prevista, será la puntilla final para un sector productor que se encuentra extenuado, cansado y totalmente desmotivado.
Tal y como detallaba en la anécdota inicial, lo mal hecho, hecho está y aún a riesgo de ser demasiado tarde, es más necesario que nunca que todos, distribución, industria y consumidores, incluso productores, aprendamos la lección, saquemos conclusiones y adquiramos el propósito de enmendar nuestros pecados, es decir, lo mal hecho.
La distribución organizada, también mucha parte del comercio minorista, tienen que dejar de jugar con la alimentación utilizándola como anzuelo para atraer la clientela a sus comercios y eso comienza por darle un trato digno con unos precios de venta al público acordes con su valor nutricional. La industria, sea de base cooperativa o privada en su totalidad, debe asentar las bases de una relación justa y a medio plazo, que vaya más allá del regate corto, para asegurar la sostenibilidad de sus proveedores, los agricultores y ganaderos, y dotarles una esperanza temporal con las que poder animar a las nuevas generaciones. El consumidor, al igual que la distribución debe equiparar el precio al valor del alimento, debe equiparar su inversión y gasto familiar en alimentos con la prioridad que teóricamente les concede.
Finalmente, me dirijo al productor, para que saque las conclusiones pertinentes y caiga en la cuenta que los precios percibidos no mejoran porque ellos estén ahogados, sino porque a unos y otros, a la industria y a la distribución, les falta producto que manipular y vender. Por ello, si tenemos claro que el control de la producción es una de las claves, no alcanzo a entender, y vuelvo al ejemplo de la leche, como hay ganaderos comprando novillas a precios desorbitados para así aumentar la producción, sabiendo como saben, que en el momento que aumente el volumen de leche en los tanques de las naves ganaderas, desaparecerán las buenas intenciones de aquellos que ahora ponen cara de preocupación por la falta de leche, pero que en verdad, no tienen propósito de enmienda alguno.
Xabier Iraola Agirrezabala
Editor en Kanpolibrean
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