Perder el norte

Dice mi amigo Koldo que la mítica película Pretty Woman ha hecho un mal enorme a la prostitución y yo le añado que, para males, peor es la que ha montado Walt Disney con los animales, humanizándolos hasta el extremo. Tal es así que, las nuevas generaciones, y no estoy hablando de los cachorros peperos, cuando se les habla de osos imaginan a Yogui, cuando se habla de un ciervo imaginan a Bambi o al Rey León, cuando se habla de la fauna de la sabana africana.

Disney humanizó a los animales, atrajo a los más pequeños a los cines y obligó, a sus progenitores, a comprar todo el merchandising de los animalitos de marras para que, los críos dejen de llorar y poder descansar tranquilamente. Consiguientemente, la humanización nos ha metido las mascotas hasta la cama y tanto es así que, si bien hace unos años el raro el que tenía perro en casa, ahora, los raros somos aquellos que no tenemos perro o gato en casa (perdonen ustedes, pero me niego a hablar de cerdos vietnamitas, conejos o hámster que se acogen como mascotas).

Les compramos pienso de marca mientras adquirimos alimentos de marca blanca para nosotros, incluso hay unos semipatés para gatos elaborados, según la publicidad, con carnes seleccionadas y yogures para mascotas que, al parecer, les va genial para los huesos. Les compramos gabardinas que, en muchos casos, valen más que la ropa que nos compramos en esas megatiendas surtidas de ropa baratísima que vienen de países donde la mano de obra tiene menos derechos que nuestros chuchos. Les compramos toboganes, muñecos y artilugios para que no tengan sarro, etc.

Tal es el grado de irracionalidad que, en plena pandemia, algunos colectivos animalistas, activaron un dispositivo del copón para rescatar un gato callejero atropellado en el centro de Zarautz, para lo que, tras volver locos a la policía y demás  entidades, llegaron a movilizar el servicio de urgencias. En fin, y lo digo sin ánimo de ofender a nadie, y menos aún a aquellos familiares y amigos que los tienen, pero creo, en mi humilde opinión, que hemos perdido el Norte.

Esta humanización de los animales de compañía, más allá de lo positivo o negativo, necesario o ridículo que nos pueda parecer a cada uno de nosotros, tiene una derivada que, a mi parecer me parece más que peligrosa para el conjunto de los sectores ganaderos y es que, al humanizar a los animales (tanto los de compañía como los de trabajo o la fauna salvaje) caemos en el riesgo de pretender equiparar a los animales al nivel de los humanos en cuanto a derechos, aspectos de bienestar, trato, etc. y , como consecuencia de ello, comprobamos como mucha gente, frunce el ceño, cuando no protesta públicamente, al observar las condiciones en las que viven y trabaja el ganado y los perros que se utilizan para el manejo del ganado.

El ganadero cumple la legislación de sanidad, bienestar y alimentación animal que se marca desde el conjunto de las instituciones, empezando desde la propia Unión Europea hasta la institución más cercana, en el caso vasco las diputaciones forales y ayuntamientos, por cierto, una legislación más amplia y exigente que la que cumplen aquellos países de los que importan la carne y otros productos, pero mucho me temo que, al paso que vamos, vía presión animalista y vía presión mediática, nos veremos avocados a instalar un termostato en las cuadras para que el ganado esté a 22ºC, con su mantita de mohair, de Ezcaray a poder ser, en las mismas condiciones que el reclamante pero en bastantes mejores condiciones de las que vive el ganadero en su casa.

La presión alcanza a los comercios y cadenas de distribución, que no quieren aparecer como los desalmados de la película, es de tal magnitud que, en la actualidad, tenemos montado un tinglado de certificados y certificadoras de bienestar animal, donde además de incrementar la burocracia que sufren los productores, se incrementa, otro poco más, el gasto que se le exige al productor para, simplemente, poder estar en el mercado. Eso sí, mientras visitantes del campo, consumidores y comercios, se muestran preocupados por el bienestar animal, tal y como ellos lo catalogan, ninguno de ellos muestra el más mínimo interés por conocer las condiciones en las que trabaja el productor y cuál es el grado de bienestar ganadero, ósea, si los estándares de bienestar que tanto reclamamos para los animales son aplicados a la parte ganadera.

Tanto es así que, mientras algunos animalistas, conservacionistas y demás gente, influidos por el lobo disfrazado de abuelita en el cuento de Caperucita Roja, andan preocupados por la protección del lobo, ninguno de ellos ha mostrado la más mínima sensibilidad y empatía con aquellos ganaderos que viven las 24 horas del día con la angustia de saber si su cabaña ganadera habrá sufrido ataques de lobo y cuantas cabezas han sido objeto de una escabechina por estos lindos e inocentes bichos, o con aquellos otros ganaderos que se ven obligados a dormir toda la noche en su 4×4 en pleno monte para poder vigilar su hacienda.

Derechos para los animales, bien sean de compañía bien sean animales salvajes, a tutiplén. Derechos para las ovejas, cabras, vacas o yeguas atacadas por el lobo, ausentes.  Derecho a una vida digna y condiciones de trabajo que todos quieren y queremos para nosotros,  no existen, puesto que, al parecer, los derechos y la dignidad del ganadero son sustituidos por  indemnizaciones, aún a sabiendas que las indemnizaciones son lo último que el ganadero quiere.

En fin, les dejo que me caliento en exceso y acabo diciendo improperios para los oídos políticamente correctos. Además, tengo que ir a visitar a mi amigo Pipo, un inexpresivo pero entrañable bulldog francés, que está de vacaciones en un hotel cercano.

Xabier Iraola Agirrezabala
Editor en Kanpolibrean

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