Una de cal y otra de arena (II)
Ejemplo de antibiograma
Otro grupo de veterinarios con los que he tenido refriegas dialécticas es el de los animales de compañía (sobre todo con los malos veterinarios). Cuanto estabas en alguna reunión y aparecía el tema, alguno de ellos disfrutaba echando leña al fuego diciendo que “vosotros, los veterinarios de animales de abasto, que utilizáis los medicamentos a toneladas sois los responsables del problema”.
Quiero recordarles a estos colegas, que ellos usan tantos fármacos o más que nosotros, en proporción al número y kilos de animales tratados, y muchos de ellos (los malos) todavía no hacen los análisis y antibiogramas mínimos para saber qué y por qué deben tratar así. Gracias a una conjunción de procesos y a la calidad actual de la mayoría de ellos, cada vez se trabaja mejor. No obstante, durante décadas algunos han tratado sin una buena praxis y el contacto mascota-propietario es muchísimo mayor que el del ganadero con los animales de abasto.
Este estrecho contacto (hasta con la estúpida costumbre de dar besos en el morro de la mascota que va olisqueando toda clase de miasmas que encuentra y muy difundido en la TV), ayuda a transmitir enfermedades y resistencias a los fármacos a través del intercambio diario de patógenos.
El otro gran grupo de discusión ha sido el de los médicos, los que nos echaron rápidamente las culpas e instaron a las diferentes administraciones a perseguirnos como si fuéramos delincuentes.
Estoy casi para jubilarme y, a pesar de haber tenido bastante buena salud, he pasado pequeños episodios infecciosos (amigdalitis, infecciones de alguna muela, etc.) y otros no tan pequeños (brucelosis). En ningún momento me han hecho un aislamiento y/o un antibiograma, nunca en más de 60 años. La brucelosis me la diagnosticó un veterinario, mi buen amigo Chema Blasco, investigador de ese tema y él sí que aisló la cepa vacunal Rev-1 y me buscó el fármaco sensible para ese difícil mutante.
Así pues, si el resto es como yo o parecido, es más fácil pensar que las resistencias han sido de humano a humano que echar las culpas a ganaderos y veterinarios de animales de abasto.
Creo que, tal y como vayan saliendo más estudios, menor va a ser la aportación nuestra al problema, aunque la presión que soportamos no deja de crecer, como si nadie hubiese dicho nada, como si estos estudios no existieran.
Sí el título del artículo es “una de cal y otra de arena” y hemos visto la buena, ¿cuál es la noticia mala?
Desde varios Ministerios, entre ellos el de Trabajo, se ha dicho que “…hay que topar los precios de los alimentos para frenar la subida del IPC y la desorbitada inflación”. Eso está muy bien, pero no han explicado cómo.
Entre el tira y afloja de Podemos-PSOE, se han reunido con alguna de las grandes cadenas de distribución de alimentos para bajar los precios sin que, por supuesto, eso repercuta en el pago a los productores. Esto sí que es una mala noticia, no porque bajen los precios, sino porque no se lo cree nadie que tenga sentido común y en el juego de palabras y de poder, la aplicación de esta medida supondrá la ruina para un montón de productores de alimentos y esos son nuestros clientes.
La idea de este gobierno no es nueva en este país, ya en tiempos del Generalísimo, que no era precisamente de izquierdas, el pan tenía un precio máximo de venta y el trigo solo se podía vender al Servicio Nacional de Productos Agrarios y al precio establecido.
Llevamos décadas viendo cómo se les paga a precios no competitivos e incluso por debajo del coste de producción y, ahora que han hecho la Ley de la Cadena Alimentaria, nos vienen con esta milonga.
Alguien va a tener que pagar esa venta de duros a cuatro pesetas y, no lo duden, lo pagaremos los consumidores, los contribuyentes y el sector productor, eso sí, con todas las buenas palabras de nuestros inoperantes ministros y las grandes cadenas de distribución.
Luis Miguel Ferrer Mayayo
Profesor de la Universidad de Zaragoza
Servicio Clínico de Rumiantes
Diplomado, European College of Small Ruminant Health Management
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