La revolución azul
Desde hace unos años, tenemos que retrotraernos a finales del siglo pasado, la Unión Europea se convenció de que la actividad acuícola, y sobre todo su potencial productivo, es un elemento clave para garantizar el suministro de alimentos sanos, saludables y disponibles.
La pesca extractiva está pasando momentos difíciles, y cada vez más se confirma su incapacidad para cubrir la demanda de pescado y otros productos acuáticos por parte de la creciente población mundial, así como el aumento del consumo de estos alimentos en las dietas individuales gracias a su composición beneficiosa para nuestra salud.
La acuicultura está destinada y obligada a cubrir ese incremento de demanda que, sin suponer ninguna competencia a la pesca extractiva, garantice que pueda llegar a todos los ciudadanos de la Unión Europea y del planeta.
Para dar un impulso a esta actividad en la Unión Europea se han facilitado una serie de herramientas o instrumentos técnicos, científicos y financieros.
Pero distintos factores no dejan que el sector productivo (empresas grandes, medianas o pequeñas) pueda desarrollar una actividad “normal”, conforme a los indicadores ya fijados de rentabilidad económica.
Me gustaría poner como ejemplo lo que está ocurriendo en la región sur atlántica de Andalucía, y por ende de España, donde la actividad acuícola se desarrolla en ecosistemas antrópicos muy valiosos y singulares. Y hacer en este artículo especial referencia a las frecuentes limitaciones del uso del dominio público (lugar obligado donde desarrollar esta actividad) que hacen inviable obtener esa mínima rentabilidad que haga posible el proceso productivo.
Recientemente, en un artículo publicado en Acuicultura de España, tuve la oportunidad de exponer el alto grado de concienciación que tiene el sector acuícola en la conservación de los valores naturales del entorno y en la contribución al mantenimiento de la calidad del medio. Comentaba en dicho artículo que en la comunidad científica está demostrado cómo es la propia actividad acuícola la que obtiene el mayor beneficio de esta acción protectora del entorno, ya que esta actividad es: “uno de esos extraños casos en el mundo en el que la sostenibilidad va de la mano de una mayor rentabilidad económica” (Dr. D. Benedetti, experto mundial en acuicultura sostenible).
Es por ello que resulta, al menos contradictorio, que existiendo este consenso, determinadas administraciones, y no quiero “tirar la piedra y esconder la mano”, especialmente el Ministerio de Transición Ecológica, a través de la Dirección General de Costas y el Mar, cuyo objetivo fundamental es conservar los valores naturales que existen en esta área, se empeñen en poner inconvenientes a la actividad acuícola, incluso a sabiendas de que se está provocando con esa decisión una perdida de biodiversidad y la desaparición de ecosistemas fundamentales como son los constituidos por las antiguas salinas y esteros.
En definitiva, estoy convencido que en un determinado momento se reconocerá la singularidad de la actividad acuícola y se valorará el papel que desarrolla en la conservación, mantenimiento y mejora de ecosistemas naturales muy valiosos, además de singulares, y donde la actividad es positiva, crea riqueza y puestos de trabajo. Y así, lograremos de manera simultánea recuperar la imagen del producto acuícola, que de manera injustificada soporta una serie de prejuicios, sin base, ni fundamento alguno.
Juan Manuel García de Lomas Mier
Director Gerente de CTAQUA
Centro Tecnológico de Acuicultura
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