Carne de extensivo, carne de intensivo, carne de macrogranja

Desde hace un tiempo asistimos a movilizaciones en contra de las llamadas “macrogranjas”. Uno de los últimos ataques se hizo tristemente famoso, fue por proceder de un ministro del Gobierno Central y haberse realizado en un medio extranjero.

El argumentario empleado en el ataque ya está muy manido, y aunque sea falso no impide que se siga utilizando. Susodicho mantra viene a decir: “Se buscan terrenos en zonas despobladas, se construyen macrogranjas, se contamina el suelo y el agua y se vende carne de mala calidad porque procede de animales maltratados”.

A continuación, hemos visto una sucesión de personajes (este mismo ministro, miembros notables de la oposición,…), “haciéndose la foto” con vacas en el pasto, en medio de montes y prados y a asociaciones de ganaderos porfiando de lo “ecológico” y “natural” de su producción.

A mi entender, todos yerran; por distintos motivos y en diferente grado, pero se equivocan.

En un mundo con más de 7.000 millones de habitantes, con una población en aumento y cada vez con mejores condiciones de vida (lo que promueve un mayor consumo de carnes de alto valor añadido), la producción extensiva no puede dar respuesta a esta demanda creciente.

Por poner un ejemplo, los más de 7 millones de cabezas de vacuno que se mantuvieron en España el año 2020, precisarían unos 4 millones de hectáreas de pastos de buena calidad y aporte de agua. A quien tenga dificultades en visualizar 4 millones de campos de fútbol juntos (yo, por ejemplo), le diré que esa es la superficie que suman Badajoz y Cáceres (las dos mayores provincias española).

Además de la competencia por la tierra, la lucha contra el cambio climático también impulsa a la intensificación de la producción intensiva. El modelo español de cebo con pienso y paja emite menos metano por Kg producido que el modelo a pasto.

La producción de carne de vacuno “democrática” es un sistema intensivo, por razones ecológicas, geográficas y económicas.

¡El cebadero intensivo es, pues, un sistema idílico! ¿No? No. Los cebaderos plantean retos.

Cuando concentramos un cierto número de animales, concentramos también sus efluvios (orines, heces, olores, polvo).La aglomeración y mezcla de animales genera un mayor riesgo sanitario y una alteración social que puede ser estresante y desembocar en situaciones epidemiológicas que causar enfermedades que afectan a la vida y el bienestar de éstos.

Para un cebo eficiente y respetuoso con el medio ambiente y los animales se deben implementar medidas. Sistemas eficaces de depuración/reutilización de los residuos producidos para limitar el impacto medioambiental de los cebaderos. Instalaciones, alimentación y entrenamiento para que el manejo, la observación y la estancia permitan una buena bioseguridad – biocontención en la granja y un bajo nivel de estrés en la población animal alojada.

Todo ello, aportando un nivel de retorno a la inversión que permita la supervivencia económica a largo plazo de la empresa, mantener la ocupación del personal, favorecer la población local y proporcionar una carne de calidad sanitaria y organoléptica, que satisfaga las demandas de la sociedad.

Y aquí llega una primera pregunta crucial. ¿Cómo se aseguran esos objetivos?

Con un margen de explotación suficiente. El margen es función del precio de venta y las ayudas institucionales (PAC) frente a los costes (animales, alimentación, mano de obra, energía, sanidad, etc.). Revisando los datos de RENGRATI entre 2008 y 2020 se puede estimar un margen por cabeza de algo menos de 5 €.

El nuevo proyecto del MAPA establece un límite de 1.400 cabezas para los nuevos cebaderos. Es decir, un beneficio medio de 7.000 €/año.

Y llega la segunda pegunta crucial: ¿puede permitirse una explotación de ese tamaño las inversiones para establecer y mantener las instalaciones y sistemas que aseguren un correcto tratamiento de los  animales y sus efluvios?

Francisco González

Biólogo y Veterinario
Asesor en Sanidad y Manejo Animal

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