Los nuevos ricos

Hace unos años, coincidiendo con mi época de alcalde en Legorreta, vivimos un curioso fenómeno en el pueblo con unos contenedores de basura que, de motu propio, por la noche, se movían de un lado a otro. Al parecer había vecinos que, molestos por el olor que despedían, optaban por alejarlos hasta unos puntos más lejanos.

Conscientes de la problemática, decidimos alejar notablemente los contenedores de esos puntos, al parecer, molestos y los desplazamos hacia zonas menos pobladas. Inmediatamente comprobamos que esta solución tampoco les satisfacía dado que consideraban que, con la nueva ubicación, estaban demasiado lejos para el momento en que había que depositar la bolsa de basura.

Al parecer este fenómeno, tal y como leo en el prometedor libro que acabo de comenzar, Ciudades Hambrientas de la arquitecta Carolyn Steel, se denomina NIMBY que significa “Not in my back yard” (No en mi patio trasero) y se utiliza para ilustrar ese fenómeno, cada vez más habitual en nuestra sociedad moderna y occidental, lo que yo vengo denominando la sociedad del pitxiglass, donde la gente se rebela frente a ciertas actividades o instalaciones, no porque se oponga a las mismas, sino porque no las quiere cerca de su lugar de residencia por considerarlas molestas o peligrosas.

Abogamos por las energías renovables pero no las queremos cerca de casa ni en los montes donde vamos a pasear los findes, flipamos cuando pasamos la noche durmiendo en la furgo a 2.000 metros de altura en los Pirineos mientras nos oponemos a que nuestros pastores puedan subir hasta sus chabolas en la sierra, rechazamos cualquier planta de tratamiento de residuos en nuestro municipio mientras cerramos los ojos ante las ingentes toneladas de residuos que enviamos a otras comunidades autónomas, etc., etc. resumiendo, somos parte del fenómeno NIMBY que, en su versión castellana, se denomina SPAN (Sí, pero aquí no).

Pues bien, si observamos los diferentes movimientos y consecuencias que la guerra de Ucrania ha provocado, o al menos ha acelerado o agravado, comprobamos que la Unión Europea ha sufrido, en su patio trasero, un conflicto bélico que nos ha puesto ante el espejo de nuestra ceguera al construir un sistema alimentario que está basado, principalmente, en productos importados que vienen de terceros países que bien por pandemia, bien por una guerra, bien por problemas logísticos de diversa índole hace peligrar todo el sistema y poner en solfa nuestro sector agroalimentario altamente dependiente de otros.

A lo largo de estas últimas décadas la Unión Europea, a través de la PAC, ha ido aumentando requisitos y condicionantes medioambientales para sus productores (barbechos, rotaciones de cultivos, prohibición de biotecnología, bienestar animal, disminución de fitosanitarios, etc.), cuyo último estandarte parecen ser la famosa estrategia “De la granja a la mesa” y la estrategia Biodiversidad 2030, que conllevan y provocarán, tal y como lo reconoce hasta la propia Comisión, una disminución de la faceta productiva del sector agrícola europeo mientras, eso sí, importamos a cascoporro, desde lejos eso sí, esos productos que prohibimos a los de casa y alimentamos a nuestra población europea, abriendo las puertas del mercado europeo, con alimentos que se producen bajo métodos y condiciones que nosotros negamos a nuestros productores.

Sin querer quitarle ni un ápice de gravedad a la situación que tenemos, con la guerra de Ucrania por una parte y con el parón de los transportistas, ahora, con el muerto o herido de muerte sobre la camilla, Europa y los Estados Miembros reaccionan urgentemente, de forma atropellada y en algunas cuestiones, sin sentido, abriendo un debate sobre la posibilidad de ajustar y/o acompasar los objetivos medioambientales de la política agraria que conlleven una merma de producción y abriéndose la posibilidad de importar cereales de América que, hasta ahora, se rechazaban o se replantea la recuperación productiva de los hasta ahora intocables barbechos.

Una cosa, y esto es opinión personal, es acompañar la política agraria de objetivos medioambientales, algo inevitable si  tenemos en cuenta la crisis climática que volveremos a retomar una vez finalice la guerra, y otra cosa es, como muchas veces ocurre, tolerar que los europeos vayamos de nuevos ricos del mundo mundial, reservándonos lo guay para nosotros mismos y desplazando a otros continentes lo que no queremos aquí.

No me extraña, y con esto termino, que los productores hayan decidido salir a protestar a la calle en una gran manifestación en las calles de Madrid para reclamar un futuro para el campo. Un abrazo a todos ellos.

Xabier Iraola Agirrezabala

Editor en Kanpolibrean

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