Tras la cortina

Un país de pandereta es la expresión más común, y más apropiada, para definir la actitud de una gran parte del Estado. Mientras el país pasa una grave crisis sanitaria a cuenta de la pandemia y un momento económico y social, más que delicado, por una recuperación que no acaba de coger velocidad de crucero, tal y como auguraban, los gurús en la materia, el pópulo, y su derivada en el coso político, anda entretenido, acuérdese de aquello de pan y circo, con la nueva pareja de Urdangarin y con el culebrón de las votaciones del Benidormfest.

Ahora bien, para entretenimiento con votaciones, tampoco es que haya que ir a ningún programa televisivo puesto que espectáculo, tan entretenido como bochornoso y lamentable, es el que nos han ofrecido los políticos, algunos al menos, con la votación final de la Reforma Laboral. Como en los mejores thrillers, tensión hasta el último segundo, dos medio tránsfugas navarros y un error popular, hicieron que los ujieres del Congreso tuviesen todos los desfibriladores a mano para poder socorrer a los infartados parlamentarios de diferentes bancadas, dependiendo de cómo iba el recuento.

Tensión y pandereta al mismo tiempo es lo que vamos observando en estas semanas posteriores a las declaraciones del ministro Garzón sobre la carne procedente de macrogranjas. Tensión, tan descontrolada como lamentable y condenable, la vivida en el ayuntamiento murciando de Lorca donde, según la información publicada, un grupo de ganaderos entraron en la casa consistorial, como Pedro por su casa, con el objetivo de reventar la celebración del pleno municipal donde se aprobaba una regulación urbanística que, según ellos, perjudicaba gravemente los intereses de la actividad ganadera.

Tan importante, se suele decir por la política, es la forma como el fondo y por ello, creo que este abordaje a los legítimos representantes populares del pueblo de Lorca es, a todas luces, inadmisible además de claramente perjudicial para los intereses de los ganaderos que, con este acto, han perdido toda legitimidad.

Pandereta, por otra parte, es lo que constato en las salidas de pata de muchos representantes, tanto sociales como políticos, que se aferran a planteamientos extremos e inamovibles en lo que respecta al debate sobre el modelo de producción y particularmente, con respecto a la producción intensiva (dando por supuesto, que la producción extensiva recaba el apoyo de todos) y al fenómeno de las macrogranjas.

La coherencia es un bien tan preciado como escaso y en lo que se refiere, al consumo de alimentos, no es que la coherencia sea escasa, es que brilla por su ausencia. Decimos, la gran mayoría de los consumidores, que queremos una agricultura de pequeña escala, agricultura familiar, que creemos que se debe favorecer la venta directa, productor-consumidor sin apenas intermediarios, circuitos cortos, kilómetro cero, lo más natural y ecológico posible, sin transgénicos por supuesto, una agricultura socialmente ética, con mano de obra bien pagada, etcétera, etcétera, etcétera.

Mientras tanto, por el contrario, la gran mayoría de consumidores, establecemos el precio como único factor condicionante de nuestro acto de compra y así, en consecuencia, optamos por alimentos sin fijarnos en su origen, optamos, cada vez más, por concentrar nuestras compras en la distribución organizada (por mucho que el formato de supermercado urbano se imponga) y pasamos, verbo proveniente del sustantivo pasotismo, de todos aquellos otros aspectos relativos a la ética y justicia porque, al final, lo único que nos interesa es tener más dinero en la cartera y tiempo libre para dedicarnos a nuestros hobbies en una sociedad donde el Dios a adorar es el ocio.

Desde hace bastantes años, en encuentros internos del trabajo, vengo escuchando que en la actualidad existen dos tipos de agriculturas. Por una parte, está la agricultura que el consumidor quiere, con todos los condicionantes antes mencionados de cercanía, familiar, justa, ética, etc., y por otra parte, está el sector productor que le da de comer pero que, paradójicamente, no quiere ver y que la pretende mantener oculta tras la cortina.

Ahora bien, como ni todo es negro ni todo es blanco, traigo a colación, un caso de coherencia donde lo teórico coincide con lo real y me refiero a la práctica alimentaria llevada a cabo por la Fundación Orona, fundación de la cooperativa del mismo nombre, que de la mano del cocinero Fede Pacha, ha situado la alimentación sostenible, saludable y local en el centro de su estrategia global de sostenibilidad, sirviendo diariamente casi 600 menús sostenibles, saludables y locales a propios y visitantes.

La apuesta alimentaria de Orona ha sido reconocida y premiada con el galardón Baserritarron Laguna (Amigo de los Baserritarras) de la organización agraria ENBA porque con su apuesta ha demostrado que desde el sector empresarial y más concretamente, a través de sus comedores colectivos, pueden desempañar un importante papel en beneficio del sector primario más cercano, en muchos casos, ejerciendo de verdadero elemento tractor del sector productor.

Espero y deseo que este ejemplo de Orona sea replicado en otras muchas empresas que cuentan con su correspondiente comedor colectivo y que el galardón concedido sea acicate para que empresarios y comités de empresa, de mutuo acuerdo, impulsen todo un proceso de reorientación de la actual política de muchos comedores de empresa donde, una vez más, el factor precio se impone sobre el resto de factores.

Ahora, dicho lo dicho, bien a nivel individual bien a nivel empresarial, reflexione usted sobre cuál es su opción de consumo alimentario, la real, no la teórica, y si en su día a día, opta por la agricultura bonita o si por el contrario, a pesar de todas sus querencias teóricas, opta por la agricultura de detrás de la cortina.

Xabier Iraola Agirrezabala

Editor en Kanpolibrean

 

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