Las empresas ganaderas y la inflación
La semana pasada, me hicieron el honor de invitarme a dar una charla – coloquio en un Master de Economía y Finanzas. El tema a desarrollar debía versar sobre la compleja situación actual de la mayoría de los sectores pecuarios en España ante la espiral real de inflación que está afectando a sus costes de producción. Bien entendido que esta temática de la inflación de los costes de producción y sus consecuencias, en el ámbito ganadero, afecta actualmente a otras muchas regiones del Mundo, entre ellas, por ejemplo, a LATAM.
La inflación, desde una perspectiva económica, responde a un aumento generalizado y sostenido de los precios de adquisición de bienes y servicios en una región, en un país, durante un periodo de tiempo sostenido, normalmente un año. Actualmente, el problema de la inflación no atañe sólo de España. En Estados Unidos la inflación oficial en el año 2021 ha sido del 7 por 100 (la tasa más alta desde 1982) y la media en los países de la OCDE ha superado el 5,7 por 100.
En España, de acuerdo con los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, la inflación cerró el año 2021 con un 6,5 por 100, la mayor tasa en los últimos 29 años. Por su parte, la tasa anual de inflación subyacente (sin alimentos elaborados ni productos energéticos) cerró el pasado año 2021 con el 2,1 por 100. Paralelamente, el Índice de Precios al Consumo Armonizado (IPCA), Indicador estadístico de precios de consumo de los Estados de la zona del euro, elaborado con los mismos criterios metodológicos en toda la zona y que utiliza el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE) para evaluar la estabilidad de precios, se situó, en base a su tasa interanual, en el 6,6 por 100.
Desde mi punto de vista el problema de la inflación, concretamente para el sector pecuario, es doble. Por un parte los datos oficiales de la inflación y de su expresión a través del índice de Precios al Consumo (IPC) son datos que reflejan la evolución de la situación en el último eslabón de la cadena; por otra, suele haber un decalaje o una falta de correspondencia importante, en el tiempo, entre el aumento de los costes de producción y su reflejo, no siempre adecuado, en los precios de adquisición a nivel consumidor.
Por todo ello y siempre en mi opinión, la inflación oficial sólo es, en la práctica, parcialmente válida para nuestras empresas pecuarias.
Para las empresas ganaderas son claves dos cuestiones. La primera, obviamente, conocer real y permanentemente el presente y la evolución de sus costes totales de producción (mejor dicho, conocer la relación entre los mencionados costes y la calidad integral de sus producciones). La segunda, repercutir, en tiempo y adecuadamente, estos costes a los precios de venta de sus producciones. Ello suele ser, en general, sumamente difícil, sino imposible.
Voy a poner un ejemplo para clarificar lo que estoy exponiendo; bien entendido que el ejemplo en cuestión puede ser aplicable a muchos de nuestros sectores ganaderos.
En el caso de la producción de leche de vaca si partimos de que el coste de producción de un litro de leche tipo era, a finales del año 2020, de 35 euros/100 kg, actualmente, ante el aumento de los costes de la alimentación (5,5 euros/100 kg); de la energía (1,5 euros/100 Kg.) y de la mano de obra (0,5 euros/100Kg), nos encontramos con un coste mínimo final real de 42,5 euros/100 kg. Quiere ello decir que la inflación, en el periodo considerado, de los principales costes de producción supera el 20 por 100. Esta es la realidad.
El gravísimo problema subyacente aquí, es que los contratos de compra de la leche generada en las granjas, por parte de los primeros compradores, no se han actualizado y los ganaderos productores de leche se ven, desde hace muchos meses, económicamente muy, muy perjudicados y, por supuesto, con un tercer margen bruto claramente negativo. Lamentablemente, los ganaderos no han podido trasladar, al menos hasta el presente, este aumento real de los costes de producción a los precios de venta de la leche producida en sus granjas.
Y si finalmente, en mayor o menor medida, lo logran esta repercusión incidirá en el resto de la cadena y llegará, más o menos amortiguada, al PVP (y cuándo llegue, en la cuantía en que lo haga, que está por ver, afectará naturalmente, en la parte que le corresponda, al IPC oficial y a la espiral inflacionaria o inflacionista de la que no es nada sencillo salir y menos ahora, porque su base es mundial).
Lo expuesto para el sector de la leche de vaca es, insisto, aplicable, en mayor o menor medida, a casi todos nuestros sectores ganaderos. Así, por ejemplo, en el caso del porcino de capa blanca el precio de venta en vivo a pie de granja es actualmente de 1,125 €/kg (Mercolleida, 17 de febrero) cuando el coste de producción es, en base a una contabilidad analítica, claramente superior.
Hoy hay una excepción en España; el sector del huevo para consumo. La causa es la gran ola de Gripe Aviar que sacude a toda Europa y a medio Mundo. Por esta razón, actualmente, la docena de huevo de gramaje L, en pallet y a pie de granja, se paga a 1 euro/docena (y se pagará a 1,10 o 1,15) cuándo el coste de producción está alrededor de 0.95 euros/docena. No obstante, antes de esta ola de Gripe Aviar, el precio de compra estaba en 0,80 euros/docena y el coste seguía siendo de 0,95 euros/docena ¿estamos?
En definitiva, y ésta es la razón del título de nuestro largo comentario de hoy, en la mayoría de nuestros sectores pecuarios, la inflación real de sus costes de producción, coloca a nuestros empresarios ganaderos, salvo excepciones, ante la carencia de una adecuada evolución en el tiempo de los precios de venta de sus producciones, en una situación, a corto – medio plazo, sencillamente insostenible.
Luego; si no se corrigen estas situaciones, asumiendo con resignación lo que todo ello puede suponer para nuestra inflación y para nuestra capacidad adquisitiva neta (CAN), el sector ganadero español, en el sentido amplio del término, quedará, a corto – medio plazo, “muy tocado” y no sé, si “irreversiblemente tocado” en algunos casos.
Y si no se actúa, no nos quedará otra que aplicar aquel refrán que dice “es peor el remedio que la enfermedad” ¿me he explicado?
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
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