Ahogados

Lo reconozco. Tengo un trauma con las inundaciones del año 83. Desde aquel año, en el que el río Oria que está a pocos metros de nuestra casa, arrasó con todo nuestro entorno, entró sin permiso alguno en nuestra casa y alcanzó el metro ochenta en la planta baja, desde aquel día, cada vez que llueve de forma extraordinaria, no puedo dejar de recordar aquella riada, miro y remiro obsesivamente al río y se apodera de mí, un dolor corporal que me deja hecho polvo.

Lo reconozco. Para la gente que no vivió aquello en sus propias carnes, le es difícil, cuando no imposible, comprender miedos y actitudes como la mía, pero como comprenderán, no lo puedo evitar y me resulta imposible abordar esta cuestión con la templanza que requiere la situación.

Este pasado jueves, volvió a ocurrir, el río se aproximó a nuestras casas y el miedo, nuevamente, se apoderó de mí. Gracias a Dios, la cosa acabó en un susto y en nuestra casa, no hemos sufrido nada, más allá de una noche en vela y un agarrotamiento corporal desde el primer dedo del pie hasta el último, nunca mejor dicho, de los pelos de la cabeza.

En nuestra zona, por su parte, teniendo en cuenta lo montañoso de la zona, han sido numerosos los casos de desprendimientos que han ocasionado perjuicios en las carreteras, fincas, etc. y particularmente grave, aunque no sea de mi zona, fue el desprendimiento de Sunbilla donde desgraciadamente falleció una persona. Vaya por delante, mi más sincero abrazo a su familia.

Ahora bien, con la misma claridad con la que reconozco mis miedos personales ante el fenómeno de las inundaciones, creo que más de uno se lo tiene que hacer mirar, afrontar su obsesión, y ahora, me estoy refiriendo a aquellas personas y colectivos que han salido en tromba, sobre todo en las redes sociales, ante el accidente originado por un desprendimiento en las vías del tren de Cercanías al par de la localidad de Gabiria, culpando de dicha desgracia a la política forestal, según ellos basada en el monocultivo del pino. Considero legítima la crítica a la política agroforestal actual pero igualmente, estimo una falta de humanidad, un gesto ruin y vergonzoso, hacer leña del árbol caído y ejecutar a la perfección una estrategia política basada en el “todo vale”. Pues no, señores carroñeros, no vale todo.

Vivimos tiempos difíciles y más allá de las persistentes lluvias, la pandemia no nos da tregua alguna, por lo que vivimos en una incertidumbre permanente que condiciona completamente nuestras vidas, bien sea en lo económico y laboral bien sea en nuestras relaciones sociales y familiares. Los hay, incluso, quienes alcanzan a ver detrás de todo esto y detrás de las medidas sociosanitarias que las autoridades van adoptando, un diabólico objetivo de cambiar, dominar y controlar nuestras vidas, pero, personalmente, no llego a tanto, quizás no sea lo suficientemente avispado como para captar esos movimientos de fondo.

Lo reconozco. Tiene que ser difícil, dificilísimo diría yo, adoptar decisiones que afectan al conjunto de la sociedad en todas y cada una de sus facetas de la vida diaria, compaginando medidas orientadas a garantizar la salud de la población con aquellas medidas orientadas a garantizar la actividad económica y la creación de riqueza de los agentes económicos con las que sostener la acción pública.

Creo que allá por la primavera del 2020 lo dije públicamente y vuelvo a reiterarlo, no me gustaría estar en el pellejo de los que tienen que tomar esas decisiones, ni en la del Lehendakari ni en la de nuestra alcaldesa.

La prudencia y la mesura en las decisiones deben ser la vara de medir con las que ir adoptando las medidas pertinentes en cada momento, escapando del ruido mediático y haciendo oídos sordos al atronador malestar que pulula por las redes sociales, donde conviven desde lo peor hasta lo mejor de nuestra sociedad.

Yo, escapando de críticas y ruidos ensordecedores, con el único ánimo de visibilizar la situación de un determinado colectivo afectado por las normas adoptadas por las diferentes administraciones, ayuntamientos, diputaciones y/o gobiernos, reconociendo el delicado momento pandémico que vivimos en nuestro entorno, quisiera llamar la atención sobre la agónica situación que viven esos baserritarras, productores de alimentos, cuya vía de comercialización es la venta directa en los mercados. Los mercados ordinarios, tanto diarios como semanales, por ahora, no se ven afectados por las medidas restrictivas y creo, que, tras lo vivido en la primavera del 2020, han obtenido el reconocimiento social y político como vía de comercialización para un importante colectivo de baserritarras. Ahora bien, no ocurre lo mismo con los mercados extraordinarios, muy presentes e importantes en estas fechas pre y navideñas, siendo estos mercados extraordinarios los primeros en caer y dejando a la intemperie a ese colectivo de baserritarras cuyas ventas dependen, muy mucho, de estas esporádicas pero exitosas ferias.

Confío que además de las normas restrictivas con las que evitar aglomeraciones de gente en esos mercados, entre todos, seamos capaces de articular otras medidas con las que garantizar la viabilidad de esos mercados extraordinarios, compatibilizar la seguridad sanitaria de todos con la actividad económica y evitar así, la silenciosa muerte de todos estos productores que viven de esos mercados.

Xabier Iraola Agirrezabala

Editor en Kanpolibrean

 

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