La resiliencia y el bienestar animal
Este es un tema de relación binominal que lleva tiempo interesándome mucho, porque tiene unas claras implicaciones en la eficiencia y en la eficacia, productivas.
Por esta razón, lo elegí, hace un par de semanas, para impartir una conferencia en el seno de un curso de verano. Cierto es que de la resiliencia he hablado bastante últimamente e incluso, la he traído a colación, en algunas de las últimas jornadas, realizadas on – line y llevadas a cabo por ÁGORA TOP GAN, en colaboración con el Grupo ASÍS BIOMEDIA s.l.
En el mundo de la producción animal, a imagen y semejanza de lo que sucede en el mundo de los seres denominados racionales, la resiliencia, desde una perspectiva psicológica, se puede definir como la capacidad que tienen, en el caso que aquí nos ocupa, los individuos que conforman las bases animales, sujetas a procesos productivos, para superar las dificultades de toda índole (ambientales, patológicas, de relación, etc.) que se les presentan en el día a día del discurrir de su vida en las granjas.
Ello significa, simplificando, que un animal dotado de un elevado grado de resiliencia podrá, en general, superar exitosamente una situación coyuntural adversa sin que se vea significativamente afectado su devenir productivo.
Por esta razón y desde hace un par de años, algunos especialistas en genética animal han propuesto considerar a la resiliencia como una característica a ser tenida en cuenta en los programas de selección con el fin de lograr un incremento de la misma (especialmente en los individuos pertenecientes a aquellas bases animales que van a estar sujetas a modelos de producción altamente exigentes, como pueden ser, entre otros y por ejemplo, el conejo, el porcino de capa blanca, la gallina ponedora o el pollo de carne).
Obviamente, hablando en términos generales, un animal dotado de un elevado grado de resiliencia tendrá, a lo largo de su vida productiva, significativamente más “periodos de bienestar”, que aquel cuyo nivel de resiliencia sea muy bajo. Paralelamente y casi con plena seguridad, el primero requerirá mucha menos atención veterinaria que el segundo y, además, por pura lógica, su manejo será más sencillo, ergo menos oneroso.
Ahora bien, la primera dificultad con la que deben de enfrentarse aquí los genetistas es la del desarrollo de una adecuada estrategia de selección fundamentada en el establecimiento de unos criterios de referencia cuyas adecuadas consideración y tratamiento permitan realmente un incremento de la mencionada resiliencia.
Hasta el presente se barajan dos líneas o modelos de trabajo. Uno se basa en la utilización de los datos fenotípicos que suelen o pueden estar disponibles en toda base animal sujeta a selección. En este caso es fundamental poder disponer de un adecuado sistema de controles, a lo largo del proceso selectivo, que permita identificar, en sus fases iniciales, situaciones adversas o traumáticas.
El segundo, que es el que, a priori, me parece “más consistente” se fundamenta en la consideración, previa identificación, de biomarcadores que puedan “predecir” el nivel de resiliencia de los individuos. Este modelo parte de la idea de que la resiliencia de un animal es dependiente de los mecanismos de su sistema inmunitario que presenta su correspondiente variabilidad genética.
No deseo profundizar más, hoy y aquí, en este tema; pero, lo que si quisiera dejar claro, en esta nota destinada a nuestro boletín de ÁGORA TOP GAN, es el hecho de que la resiliencia de los individuos pertenecientes a las bases animales sujetas a sistemas productivos exigentes, va a adquirir, en los próximos años, una creciente importancia y un mayor protagonismo.
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
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