El bienestar animal y su percepción social

Parece ser, aunque personalmente no estoy muy seguro de que, desde una perspectiva con una consideración monetaria, es decir económica, sea realmente una realidad, que nuestra sociedad demande, cada vez más,  exigiendo que, en nuestras granjas, se garantice, sí o sí, el bienestar de la base animal, tal y como ella, la sociedad lo percibe y/o entiende.

En este contexto me parece conveniente  mencionar el hecho de que, en nuestro país, sólo aproximadamente el 15 por 100 de nuestros consumidores, de acuerdo con los estudios publicados por la FECIC (La Federación Empresarial de Carnes e Industrias Cárnicas) y AECOC (la Asociación de Fabricantes y Distribuidores) afirman comprar, como norma y por ejemplo, carne que lleve el sello del Bienestar Animal y un 44 por 100 dice hacerlo alguna vez.

No obstante, desde mi punto de vista, sin poner, ni un por un instante, en duda los datos del mencionado estudio, lo que sigue rigiendo mayoritariamente y de forma preferente, a la hora de afrontar el consumidor medio la compra de alimentos, es EL PRECIO.

Y esta realidad histórica (con las pertinentes excepciones) se ha visto reforzada, en estos últimos meses, a causa de  los devastadores efectos económicos que está teniendo y seguirá teniendo en los próximos meses, la COVID – 19 en el poder adquisitivo real en un porcentaje muy elevado de nuestra sociedad.

En este contexto debe tenerse muy en cuenta que, de acuerdo con los últimos datos oficiales disponibles, la caída del PIB en el año 2020 fue del 10,8 por 100 con un crecimiento nulo en el cuarto trimestre; paralelamente tenemos del orden de 4 millones de parados y a los que deben sumarse unos 1,2 millones de personas en ERTE y de ellas unas 933.000 de fuerza mayor, es decir relacionadas con la pandemia. Esta es una realidad incontrovertible, que afecta directamente a muchos millones de familias e, indirectamente, por el “efecto dominó”, a todo el país.

Pero, al margen de lo expuesto hasta aquí, nos encontramos también, en toda esta temática del Bienestar Animal y más concretamente en lo que atañe al binomio “Sociedad – Bienestar Animal”, con varias “cuestiones delicadas” que ejercen un gran efecto distorsionador y de las que me voy a permitir destacar tres.

La primera es la “idealización social” del Bienestar Animal (que es una cuestión de base eminentemente técnica) por parte de una sociedad cada vez más alejada, física y emocionalmente, de la realidad rural (y por ello desconocedora de la misma). Ello la lleva a una interpretación y a una visión, tan sesgadas como erróneas de lo que realmente es el BA, Bienestar Animal (es la llamada “concepción Bambi del BA”). La consecuencia de subjetivar esta cuestión es que la desliga, a efectos prácticos, de la asunción y aceptación del coste  que la consecución en granja de este BA supone.

La segunda es una comunicación temática que, hasta el presente, está siendo muy poco exitosa a la hora de llevar lo que realmente es el Bienestar Animal (BA) y su coste a la sociedad. Por ello y a pesar de los grandes esfuerzos de comunicación que hacen muchas empresas y entidades del sector (las acciones en este campo que realizan permanentemente INTERPORC o PROVACUNO, pueden ser dos buenos ejemplos de ello), la misma no logra “calar” adecuadamente en la sociedad. Por ello y consecuentemente, no genera, hablando siempre en términos generales, cambios significativos en los ítems definidores de las decisiones de compra.

Y la tercera, la más complicada sin duda, es el propio comportamiento humano que lleva, en el caso que aquí nos ocupa, a una clara divergencia entre lo que pregona nuestra sociedad  a los cuatro vientos acerca de su interés por el BA y cómo le considera realmente en sus decisiones de compra, probablemente porque y, en primer lugar, le “toca el bolsillo” (como dice aquellos dos viejos adagios: “del dicho al hecho hay un gran trecho” y “la pela es la pela”).

Y sí, desde esta perspectiva, se podría hablar tal vez de  una “hipocresía social” fruto de unas grandes presiones mediáticas interesadas que acaban generando las mencionadas realidades conductuales.

Pero, probablemente sea también la actual “realidad económica en nuestra sociedad” la que está condicionando de manera significativa el mencionado comportamiento social y, mientras esta realidad no cambie (y esto, salvo milagro, tardara), será muy complicado trasladar de forma genérica, el coste real del Bienestar Animal al PVP (Precio de Venta al Público).

Ello no debe ser óbice para que desde todos los estamentos implicados (empezando por el propio sector primario) se siga luchando por ello. Pero hemos de ser muy conscientes, al menos en España, de que ésta es una labor ardua cuyos resultados, si llegan a verse, lo serán a medio – largo plazo.

Carlos Buxadé Carbó.

Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid

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