Una interacción compleja no solucionada: la de la fauna silvestre con la ganadería

Aunque hoy me refiera básicamente a la interacción mencionada en el título de mi nota, no podemos minusvalorar la interacción paralela de la fauna silvestre con la agricultura.

Cuando abordo esta cuestión en cualquiera de mis intervenciones públicas, habitualmente suelen generarse muchas tensiones y apasionados debates, entre las personas que asisten a las mismas.

Dos son las principales razones de ello:  por una parte, la distancia física y, sobre todo, emocional existentes en la actualidad por parte de una muy gran mayoría de nuestra sociedad (y aquí incluyo a un elevado porcentaje de mis estudiantes) con el medio rural. Por otra, consecuencia directa de la mencionada distancia, el notable desconocimiento de la complejidad técnica de la ganadería, especialmente de la ganadería extensiva, que es donde la mencionada interacción es más evidente, más dañina y está más estudiada y documentada.

Es indiscutible que los cambios que se han venido generando en los últimos años, en lo que atañe a la protección legal y a las propias dinámicas de ciertas poblaciones de especies animales silvestres (por ejemplo, el jabalí, el lobo o el conejo silvestre), están provocando una agudización de las mencionadas interacciones no positivas de las mismas con la ganadería (y también con la agricultura, claro está).

En este contexto, hay que tener muy en cuenta la normativa de protección de los animales silvestres, en particular, el artículo 54 de la Ley 42/2007, de fecha 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, les confiere un régimen de protección general. Por esta razón, en principio, está prohibido darles muerte, capturarlos, perseguirlos o molestarlos.

No obstante,  el artículo 58 de la citada Ley 42/2007 establece las condiciones en virtud de las cuales puede exceptuarse el régimen de protección contemplado en el mencionado artículo 54. No obstante, las mencionadas autorizaciones excepcionales sólo pueden concederse en el caso de que se demuestre fehacientemente que no existen otras soluciones satisfactorias que una alteración del régimen de protección de las especies; pero ello debe suponer siempre no perjudicar el mantenimiento en un estado de conservación favorable de las poblaciones silvestres implicadas.

Al hacerse con el paso del tiempo estas interacciones cada vez más evidentes y, paralelamente, más perjudiciales, en el mes de marzo del año  2011 el entonces Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAPAMA), las Comunidades Autónomas y las principales organizaciones sectoriales firmaron el denominado “Acuerdo para la cobertura de los daños por fauna silvestre en el marco del seguro agrario”.  En el mencionado acuerdo, se solicitaba al MAPAMA realizar estudios con el fin de elaborar un catálogo de medidas preventivas y promover su utilización.

Finalmente, fue la Dirección General de Calidad y Evaluación Ambiental y Medio Natural del entonces Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente la encargada de elaborar un “catálogo de medidas preventivas”, que desembocó en unas buenas prácticas con el fin de evitar o, en su defecto, de minimizar las interacciones entre la fauna silvestre protegida y las explotaciones ganaderas (y las agrícolas).

Es muy importante señalar que las mencionadas medidas preventivas constituyen las que habitualmente son tenidas en cuenta a la hora de establecer líneas prioritarias de ayudas a las mejoras de las explotaciones y también de fijar bonificaciones o condicionantes técnicos, en el marco de los seguros agrarios. Paralelamente también suelen ser  tenidas en cuenta a la hora de evaluar la aplicación de soluciones alternativas adecuadas para prevenir perjuicios importantes al ganado (o a los cultivos agrícolas), siempre en el contexto de la aplicación del artículo 58 de la Ley del Patrimonio Natural y la Biodiversidad.

Pero la realidad es que, al día de hoy, el problema de la mencionadas interacciones no está solucionado, ni muchísimo menos. Basta con ir a las redes sociales para constatar los desaguisados que promueven en nuestras ganadería y agricultura, día sí y día también, en distintos puntos de nuestra geografía,  los jabalíes, los lobos, los topillos y/o los conejos silvestres (basta con visualizar un vídeo emitido por Asaja Cuenca para poder visualizar el destrozo que estos mamíferos logoformos (Oryctolagus cuniculus) está originando actualmente  en las viñas y en los olivares).

Y es que como dice aquel viejo adagio: “el infierno está empedrado de buenas intenciones”, pero, con éstas, no basta aquí tampoco.

En mi opinión, por mucho que nos duela a todos, para empezar a solucionar la compleja interacción objeto de estas líneas, no queda más solución que, para la especie de la fauna silvestre implicada en cada caso, acotar adecuadamente su dimensión censal y sus áreas geográficas de presencia. Esto sí, esta doble acotación (compleja y onerosa) debe hacerse de una forma técnicamente adecuada para que sea, desde todas las perspectivas, integralmente asumible.

No queda otra; o empezamos de verdad transitando por esta vía o seguiremos, en los próximos años, escuchando reiteradamente diversos “cantos al sol”, más o menos desafinados, pero también poco eficientes y menos eficaces.

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
Universidad Alfonso X el Sabio

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