Llueve sobre mojado: el nuevo etiquetado de la miel

Desde los primeros años de mi singladura profesional en el “mundo de lo agrario”, allá por el último cuarto del siglo XX, siempre estuve plenamente convencido (y lo sigo estando) de que en nuestro Ministerio (el hoy denominado MAPA) laboran unos profesionales realmente excelentes, que llegan a los despachos del mismo después de superar unas muy complejas oposiciones o de ser requeridos en aras a su bien ganado prestigio profesional.

Por estas razones se me hace sumamente difícil entender cómo, desde la mencionada institución (que debería ser siempre ejemplar y ejemplarizante), en ocasiones (en demasiadas ocasiones, tal vez), se cometen, por acción, pero también por omisión, errores de bulto.

En este marco de los errores de bulto considero que, en estos momentos tan delicados para el sector apícola, está el tan manido tema del etiquetado de la miel. 

La verdad es que no me queda más remedio que coincidir plenamente con todos aquellos profesionales del sector (apicultores, técnicos apícolas, asociaciones y sindicatos de todos los colores), que consideran la nueva normativa publicada por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) acerca del etiquetado de la miel como errónea (e incluso, cómo la califica el sindicato ENBA (Euskal Nekazarien Batasuna), como un “engaño inaceptable”).

Cierto es que en la historia reciente y no tan reciente, de los etiquetados de algunos de nuestros productos alimenticios  “estrella” (léase, por ejemplo, el aceite de oliva o el jamón Ibérico) ha habido significativos ejemplos de errores en algunas normativas de identificación, que han dado lugar a toda una importante picaresca comercial (aprovechándose ciertos operadores, sin demasiados escrúpulos o sin ellos, durante un tiempo más o menos largo, de los resquicios legales que se habían generado, para ofertar aparentemente al consumidor lo que en realidad no era). 

Ahora le ha tocado el turno a la miel (en unos momentos, insisto, realmente delicados para los apicultores).  Como es bien sabido, porque llevamos tiempo “mareando la perdiz” con esta cuestión, un problema importante en este sector está en la no correcta identificación cuantitativa (que, en ocasiones, lleva a aparejada la cualitativa) del origen de la miel que llega a las estanterías de los puestos de venta.

Es verdad que el Real Decreto sobre la norma de calidad de la miel, que el Gobierno acaba de aprobar, entiendo ha pretendido acabar con el problema, obligando a incluir específicamente en la etiqueta el origen o los orígenes de las mieles utilizadas en el caso de que se trate de una mezcla de mieles de distintos orígenes (que suele ser, por otra parte, una práctica muy habitual).

Hasta aquí, creo, estamos todos de acuerdo, PERO (y este pero es muy importante) y aunque parezca imposible lo que voy a exponer, porque es cierto, no es obligatorio incluir los correspondientes porcentajes de participación cuantitativa de los distintos orígenes en el caso de mezclas de mieles procedentes de diferentes países.

En mi opinión se trata de un error importante (por no calificarlo de garrafal); no se trata realmente de una cuestión de seguridad del producto puesto a la venta, que entiendo que la misma siempre está garantizada, sino de informar adecuada y correctamente, a nosotros, los consumidores, cumpliendo con lo que es uno de nuestros derechos innegociables. Lo cual traducido a la práctica comercial y utilizando un ejemplo referido por algunas asociaciones de productores, con una miel mezcla con sólo un 1 por 100 de la misma de origen autóctono ya se puede  indicar España entre sus orígenes (cierto que hay que mencionar también los otros orígenes, pero no el porcentaje de cada uno de ellos ni ordenarles en función de su aportación cuantitativa a la mezcla). 

Así, por ejemplo, una “Miel de España y Argentina”, puede contener perfectamente un 1 o 2 por 100 de miel española y un 99 o 98 por 100 de miel argentina (lo cual no significa que yo tenga nada contra la miel argentina, sino que lo tengo contra una norma que es realmente imperfecta). 

Y me surgen inmediatamente, sin ningún ánimo de polemizar “dos preguntas del millón”: ¿Cómo es posible que los excelentes profesionales del MAPA cometan un error de este calibre? y ¿A quién o a quiénes favorece el mismo?

Este puede ser un ejemplo más de que en esta “nueva normalidad” (por cierto, a ver cuánto nos dura ante la presente escalada de rebrotes e infecciones) hay muchas cosas que mejorar. ¿Estamos de acuerdo?

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
Universidad Alfonso X el Sabio

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