La dieta flexitariana ¿la panacea?

Hace un par de años coincidí en una Jornada organizada por AECOC, donde ambos fuimos ponentes en la misma sesión, con don Jaime Martín, el Director General de la consultora Lantern. Fue la primera vez donde participé activamente en un debate sobre el flexitarianismo y donde empecé a interesarme realmente por esta cuestión.

Así, fue a finales del año cuando leí un artículo en dónde, más o menos, se aseguraba que la dieta flexitariana (referida a un patrón de alimentación básica aunque no totalmente vegetariano dado que, en él, la carne tiene una cabida no habitual, sino más bien ocasional) era la que podía asegurar en el año 2050 la viabilidad de la vida humana en una Tierra con 10.000 millones de habitantes.

A raíz de estos hechos me he dedicado a estudiar con interés este tema (entre otras cuestiones porque en razón de mi edad, de mi estado físico y de las recomendaciones de mis médicos, he pasado, muy a mi pesar, de ser un convencido carnívoro a ser un semiflexitariano).

En esta línea flexitariana, el pasado mes de diciembre, una investigación internacional publicó en la revista Nature las herramientas que deberían manejarse en el Mundo para poder mantener el sistema alimentario dentro de los límites necesarios para garantizar la supervivencia del planeta a medio plazo. Y una de las claves principales residía precisamente en la necesidad de reducir significativamente el consumo cotidiano de proteína animal en favor de la proteína vegetal.

En esta misma línea, a principios de este año 2020, la Comisión EAT-Lancet, que reúne a 37 destacados científicos procedentes de 16 países, publicó un plan global con algunas de las medidas concretas que haría falta llevar a término para que, en el año 2050, el planeta pudiera alimentar, con probabilidades ciertas de éxito, a los mencionados 10.000 millones de personas.

Esta Comisión señaló inequívocamente la necesidad de una modificación sustancial en nuestros hábitos de consumo basada en el aumento significativo de la ingesta de «alimentos saludables como frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas», reduciendo paralelamente en más del 50 por 100 el consumo de alimentos menos saludables como, por ejemplo, la carne roja.

Según la Comisión, la modificación propuesta “no sólo permitiría prevenir anualmente unos 11 millones de muertes, lo que representa entre el 19 por 100 y el 24 por 100 del total de fallecimientos en adultos, sino también mantener la producción de alimentos dentro de unos límites que disminuyeran el riesgo de cambios irreversibles y potencialmente catastróficos en el sistema terrestre”.

En la misma línea se pronunció la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), dependiente del Ministerio de Sanidad. Ella aconseja un consumo moderado de carne roja, que no supere las dos o tres ingestas a la semana, «ya que su consumo continuado y/o excesivo puede relacionarse con determinados problemas de salud».

En este complejo contexto, doña Beatriz Robles, especialista en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y Nutrición, formuló unas observaciones al respecto que me parecen sumamente acertadas y con las que estoy muy de acuerdo. Afirmó doña Beatriz que si se sustituye la carne por productos ultraprocesados, “el impacto va a ser muy pequeño, al igual que sirve de poco eliminar la carne pero mantener un hábito tabáquico o ser sedentario”. Lo importante, sin duda alguna, es considerar integralmente el modo de vida y el cuidado de la dieta en su conjunto y, en ella, la carne tiene, sin duda, su lugar.

Como ha puesto de manifiesto don Luis Lassaletta, investigador del Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), a los mencionados cambios de hábitos deben unirse el control del desperdicio de alimentos, la reutilización de residuos del sistema productivo o la aplicación de prácticas eficientes en los sistemas ganaderos y de cultivo, por poner algunos ejemplos; todos ellos son claves para garantizar la sostenibilidad de nuestro modo de vida.

En definitiva, la panacea no está sólo en la aplicación de una dieta más o menos flexitariana, sino en la aplicación urgente de un conjunto de medidas que puedan dar esperanzas ciertas de lograr, a medio plazo, la sostenibilidad global.

Como tantas veces me recordaba mi abuela María en mi niñez: “en los extremos está el pecado y en el centro, la virtud”. Evitemos pues, en lo que a nuestra dieta se efiere, los extremismos (a los que tan dada es nuestra sociedad urbanita) y conservemos, también aquí, la sensatez y la objetividad dando a la proteína animal el protagonismo que técnicamente le corresponde.

 

Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
Universidad Alfonso X el Sabio

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