El problema del polizón

“¿Las distribuidoras deberían ofrecer mejores precios a los agricultores y ganaderos?”. A esta pregunta, lanzada por la edición digital de La Vanguardia, respondió afirmativamente un abrumador 93,46% de los 2.326 encuestados.

Y así, sin despeinarse, es como se resuelven en el universo virtual los problemas que han llevado a los trabajadores del campo a sumar ya varias semanas de protestas por la precariedad que afrontan debido, principalmente, a los bajos precios a los que los intermediarios compran los productos.

La pregunta es: las personas que están a favor de que las distribuidoras paguen mejor, ¿están también dispuestas a pagar más por esos productos? ¿O, en aras de su economía doméstica, seguirán eligiendo los importados desde quién sabe dónde, que se venden a precios irrisorios?

Mientras en el campo se pierde empleo a velocidad de vértigo y no hay relevo generacional porque la falta de rentabilidad de sus producciones es innegable por mucho que el sector se siga reinventando, políticos, precios e intermediarios se sitúan en el foco de atención de quienes coinciden en que la situación debería revisarse urgentemente.

El problema es complejo, y existe un gran desconocimiento de sus entresijos por parte de la mayoría de los consumidores urbanitas, que a menudo manifiestan su empatía con el sector primario mientras continúan sin cambiar sus hábitos de compra. Total, ya lo harán otros, ¿no?

La historia está llena de ejemplos de estos “polizones” (free riders en su versión en inglés). Y los seguirá habiendo porque el polizón es, ante todo, un actor racional que mide cuidadosamente los costes del proceso en el que se plantea intervenir antes de llegar a hacerlo; no sea cosa que no le compense desgastarse por el camino si el beneficio, en cualquier caso, se hará efectivo gracias a la acción colectiva asumida por otros. Y todo por una sencilla razón: porque la suma de los intereses particulares no lleva siempre a un estado socialmente deseado o favorable, en este caso la mejora efectiva de la situación económica de los productores primarios.

De polizones está el mundo lleno, y el propio sector no se libra de ellos: desde los que cometen intrusismo o ejercen sin titulación, hasta los veterinarios que tiran precios en sus servicios. Sin olvidarnos de los ganaderos que pretenden saltarse a los veterinarios y se toman la justicia por su mano plagiando el plan vacunal o las medidas de bioseguridad de la explotación vecina sin la necesaria supervisión profesional y reglamentaria.

El problema es que el gran perjudicado es siempre el mismo, el sector, ese al que mientras tanto unos y otros parecen defender a ultranza, que es lo más paradójico de todo.

Decía Confucio que “si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes”. Pero la Historia no se librará jamás de los polizones: son ley de vida. Por eso, mucho me temo que no hay quien se crea ese 93,46% que mencionaba antes: elegir la respuesta más deseable socialmente en una encuesta digital tiene un coste tan bajo que hasta el free rider está dispuesto a asumirlo, aunque no sirva absolutamente para nada.

 

Sheila Riera Forteza

Veterinaria – Coordinadora de Medios de Comunicación

 en Grupo Asís

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