Los daños colaterales del “Caso Magrudis”
Como se explicita en la sección “Ágora Tribuna” del presente boletín número 4, la jueza titular del Juzgado de Instrucción número 10 de Sevilla ha resuelto mantener en prisión provisional sin fianza al “administrador de hecho” del entramado fabricante de los productos La Mechá, y a su hijo mayor y administrador único de Magrudis SLU.
Conceptualmente, en mi opinión, se trata sin duda de una buena noticia porque pone en evidencia que, en este caso, la Justicia sigue su correctamente curso y que dos de los principales causantes de este importante desaguisado siguen en prisión. Pero esta noticia, positiva también, tiene su parte no tan positiva y es que vuelve a traer a la “superficie informativa” (es decir, a la sociedad) la manida temática de unos amorales que, con sus actuaciones empresariales, ponen en peligro la salud de los consumidores.
No se olvide que ellos sabían, desde el mes desde febrero, que la carne mechada que introducían en el mercado contenía Listeria. En efecto, un laboratorio radicado en Sevilla ya había comunicado a la mencionada empresa, el día 22 de febrero, que una muestra de su carne mechada había dado positivo en Listeria (y la empresa no profundizo en este tema con otros análisis como era lo adecuado y preceptivo, para poder cuantificar correctamente el problema). Es decir, los empresarios sabían del problema seis meses antes de que la Junta de Andalucía decretase la alerta sanitaria el día 15 de agosto.
En un mercado tan sensible como el nuestro todos los casos que tienen que ver con cuestiones negativas para el binomio carne-salud, tiene unas importantes consecuencias adicionales (léase daños colaterales). Nos guste o no estamos, como explicaba el otro día en una de mis clases, en un mercado cárnico que a nivel de consumidor es emocionalmente “terriblemente elástico”. Un mercado, el español, dónde, a pesar de todos los esfuerzos que hacen las asociaciones, las interprofesionales y/ la propia industria cárnica, en diez años el consumo de carne/habitante y año en el hogar, a finales del presente año, habrá bajado prácticamente ocho kilogramos (es muy probable que la reducción del consumo anual global de carne, en la última década, supere los 14 kilogramos ante el incremento de las personas veganas, vegetarianas y, sobre todo, flexitarianas).
Pero no se trata aquí sólo de un descenso cuantitativo (que, todo hay que decirlo, afecta también a otros productos como es el caso de las frutas (caída global que seguramente será superior a los 12 kg/persona y año), de las hortalizas (descenso de unos 11 kg/habitante y año) o de la leche y de los lácteos, sino que en el caso de las carnes también se registra, en razón de la crisis pasada y de la precaria situación económica actual que afecta a tantas personas en nuestro país, un descenso cualitativo (menos gasto dinerario en este producto por habitante y año).
En definitiva y a esto iba, cuando surge un caso como el que aquí nos ocupa, los daños colaterales que genera (daños liderados por el incremento de la desconfianza hacia las carnes de unos consumidores cada día más urbanitas y, por lo tanto, cada día física, psíquica y emocionalmente más alejados de la realidad agraria, agrícola y pecuaria) son muy importantes y se reflejan en una aceleración de la tendencia negativa cuantitativa y cualitativa de su demanda (tendencias que, a mi entender, especialmente en el caso de las carnes, son muy, muy difícilmente reversibles).
Paralelamente estas realidades también suelen contribuir, especialmente en aquellos casos donde la oferta interior sigue creciendo, a aumentar las tensiones en el mercado interior y a incrementar la importancia y la dependencia de las exportaciones con todo lo que ello comporta a medio plazo (y de lo que, a veces, no nos queremos dar cuenta).
Carlos Buxadé Carbó.
Catedrático de Producción Animal.
Profesor Emérito.
Universidad Politécnica de Madrid
Universidad Alfonso X el Sabio
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